Canciones

Javier Adolfo Iglesias
00:13 • 02 abr. 2020 / actualizado a las 07:00 • 02 abr. 2020

Estos días de encierro con nosotros mismos nos rodean canciones, del “Resistiré” de los balcones al de los flashmobs desde hospitales.  Las canciones siempre han sido un recurso de los seres humanos para alentarse, unirse, sentirse fortalecidos en situaciones de crisis. Canciones de guerra, de lucha, de esperanza o lamento, de rebelión,  sacrificio y muerte.  


“Resistiré, erguido frente a todo/ Me volveré de hierro para endurecer la piel/ Y aunque los vientos de la vida soplen fuerte/ Soy como el junco que se dobla/ Pero siempre sigue en pie”. 


En esta misma línea, Pete Seger escribió varios himnos de ánimo colectivo, entre otros el “We shall overcome”, cantado en la lucha de los negros por ser considerados personas en igualdad. “Vamos a vencer/ Algún día venceremos/ Oh, en lo profundo de mi corazón/ Sé que sí creo/ Algún día venceremos”, decía Martin Luther King antes de ser asesinado. 



Estos días por internet aparecen dioses del olimpo musical para interpretar desde sus casas algunas de las canciones de nuestras vidas. Paul Simon, Carole King, Barry Gibb, los líderes de The Band y de R.E.M lo han hecho. Al compartir con nosotros su talento, también han compartido su humanidad, su mortalidad desde el salón de su casa. Ellos también pueden morir y ni siquiera sus canciones les salvarán. 


La eternidad artística es una más de las ilusiones o falsedades complacientes de los humanos. Virus y bacterias no han distinguido entre la Gioconda o un garabato de las cavernas y los microbios no se han conmovido si ha tenido que fulminar a Mozart, Chopin o Modigliani. 



Las canciones que nos alivian morirán con nosotros y caerán en la nada junto a las grandes obras de la creación humana. Woody Allen lo sabe bien y ha aprovechado este extraño periodo para publicar casi a hurtadillas su autobiografía entre la ola de puritanismo censor. En ella, el genial neoyorkino vuelve a despreciar la eternidad por mucho que algunos lo situemos en ella desde hace años. Uno de sus actores ocasionales, Max Von Sydow, falleció días antes de este enclaustramiento planetario. Cuando el enorme actor sueco interpretó ‘Hannah y sus hermanas’ ya era un icono por ‘El septimo sello’, de Bergman. 


En esta película interpreta a un caballero cristiano medieval que regresa a Europa tras diez años de Cruzadas en Tierra Santa. Acompañado de su escudero, el templario sortea la muerte en medio de la peste negra, una epidemia mayor incluso que la de hoy.  Aparecen canciones e himnos. “No existe el destino, estás ante la nada, hoy saltas de alegría y llorarás mañana”, canta el ecudero del caballero. 



Las canciones pop de nuestro tiempo no eluden nuestra fragilidad e insignificancia humanas. David Bowie lo reflejaba en su obra maestra Space Oditty cuando el Mayor Tom está a punto de perderse en el espacio sideral infinito para siempre. El mismo universo en el que el John Lennon más panteísta quería fundirse a través del amor en su canto ‘Across the universe’:  “Imágenes de luz vacilante que bailan frente a mí como un millón de ojos me llaman y me llaman a través del universo”.  


Aqui en la tierra, Kansas nos recordaba en su éxito  ‘Dust in the wind’, que “todo lo que somos es polvo en el viento”. Recordaba el grupo americano que el ser humano siempre canta “la misma vieja canción, solo una gota de agua en un mar inmenso. Todo lo que hacemos, se desmorona, aunque no queramos verlo. Polvo en el viento, todo lo que somos es polvo en el viento. No te resistas, nada es para siempre salvo la Tierra y el cielo. Se escapa   y todo tu dinero no comprará otro minuto”.  


Lamentablemente el virus es duro de oido y no se conmoverá con nuestras bonitas baladas humanas. Hace unos días se cumplió el aniversario de la muerte de mi maestro y amigo Miguel Naveros. Cuando él me enseñó el oficio del periodismo compartiamos poeta, Giacomo Leopardi. Y aunque el italiano no era músico ni cantante, sí que escribió unos maravillosos Cantos ante la naturaleza infinita. Este es un fragmento


“Sentándome y contemplando interminables/ espacio detrás de ella, y sobrehumanos/silencios, una calma profundísima/ mi pensamiento finge; pero poco falta/ para que el corazón se espante. (...) Así en esta inmensidad se anega mi pensamiento/ y el naufragar en este mar me es dulce”.  


¡Cantemos, cantemos todos juntos estos días! Pero no creamos que nos acompañará un coro celestial, ni que no moriremos ni que las flores no se doblarán con la lluvia.


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