El acoso escolar deja huella

María Diez Simón
11:00 • 26 feb. 2020


“Esto ha pasado siempre; son juegos infantiles, no es para tanto; que espabile, le hará fuerte; afecta a los chicos/as con problemas; solos les pasa a las personas tímidas; buscan atención; yo no soy acusica; yo no me meto con nadie; no les hagas caso y te olvidarán”… todas estas frases nos hablan de mitos y creencias relacionadas con el acoso escolar que han permitido que este problema social siga existiendo ya que la mayoría de las personas las hemos escuchado en la etapa escolar, en nuestra vida social o en encuentros familiares.


Los primeros estudios sobre el acoso escolar corresponden a Dan Olweus, profesor de Psicología de la Universidad de Bergen (Noruega) a principios de los años 90 y actualmente se describe como el maltrato psicológico, verbal o físico, entre alumnos/as escolares que se da en el aula, en la calle y las redes sociales, se mantiene a lo largo del tiempo y necesita del silencio, la indiferencia o la colaboración de otras personas. El ciberacoso se diferencia por la comodidad del anonimato, la no percepción directa del daño causado y la adopción de roles imaginarios en la Red lo que hace más fácil agredir o insultar sin empatizar con las emociones de la víctima. Existen diferencias entre hombre y mujeres, centrándose el acoso de los chicos en la agresión física y en las chicas en el aislamiento social y humillación en su mayoría. En las víctimas de acoso se presenta la indefensión aprendida en la que la víctima cree que no puede hacer nada para evitar la situación perdiendo la capacidad de reacción ante esa realidad injusta.


“La culpa es tuya por no tener amistades; la culpa es del colegio; no me extraña que se burlen de ti; si te pegan, tu les das más fuerte; ya iré yo al colegio y se enterarán de quien soy yo; ay que desgracia más grande, o solo quieres llamar la atención; seguro que es mentira; se lo merecía, mi niño/a es incapaz suele ser la reacción de las familias que no saben cómo actuar ante un problema que afectará a la rutina escolar y familiar y que necesitarán asesoramiento pedagógico y psicológico para modificar la situación.



Entre las consecuencias psicológicas de la víctima en su vida adulta se encuentran el miedo, la inseguridad, la falta de autoestima, la escasa habilidad para poner límites en sus relaciones, el estado de alerta constante y la probabilidad de sufrir más trastornos de depresión y ansiedad.


Si hablamos del agresor/a será una persona adulta que aprende a maltratar por el refuerzo del grupo, con dificultades para mantener relaciones sanas en otras situaciones y con riesgo de conductas delictivas y adictivas. Por otro lado el grupo de espectadores aprenden la insolidaridad, la tolerancia a la violencia y la disonancia moral entre lo que está bien y lo que realmente hago.



En intervención social, en equipos de trabajo o en consultas de psicología sanitaria podemos encontrar a personas adultas que aún experimentan los efectos del acoso escolar infantil que en su día no pudieron o no supieron gestionar de forma autónoma, asertiva y empoderada. Pero ya sea en la infancia o en la vida adulta estamos a tiempo de modificar e intervenir sobre las consecuencias de un fenómeno injusto.




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