Ciudadanos: Entre el pánico y el desconcierto

Pedro Manuel de La Cruz
07:00 • 09 feb. 2020

La noche del cinco de abril cené con dos de los máximos dirigentes de Ciudadanos. Aquella tarde se había celebrado un acto preelectoral en el teatro Cervantes en el que participaron José Manuel Villegas, Juan Marín, Marta Bosquet y en el que estaba prevista la intervención de Inés Arrimadas, que no pudo asistir por, oficialmente, motivos de salud.



Fue en aquella sobremesa cuando pregunté si los almerienses que tenían voluntad de votar en las municipales de mayo a Miguel Cazorla tendrían oportunidad de hacerlo.



-Lo siento por ellos, pero no van a tener esa posibilidad. Después del acto del Cervantes Fran Hervías se ha reunido con él a solas para comunicarle que la candidata a la alcaldía por nosotros será Montse Piquer. Miguel- me aseguró uno de los dos dirigentes bajo la mirada cómplice del otro- ocupará un cargo dentro de la estructura nuestra en el gobierno andaluz, pero no irá en la lista; está decidido.



Lo que nadie de los que estábamos en el reservado del Club de Mar aquella noche podía intuir es que la decisión que saldría de la reunión de Hervías con Cazorla (¿en el hotel Catedral?) era la continuidad del concejal almeriense al frente de la candidatura a la alcaldía de Almería. La razón que provocó este cambio de decisión, tan radical, tan inesperado y tan sorprendente, nunca lo revelaron (ni lo relevarán) quienes la protagonizaron. La única razón que escuché a la mañana siguiente de quien había asegurado la decisión contraria es que, en el cambio de planes, había pesado mucho el argumento de que Cazorla había renunciado a presentarse a las primarias, dejando así el campo libre el candidato Villegas, decidido por Rivera desde Madrid. Fin de la cita.



He recuperado de la memoria (que no del olvido) esta circunstancia porque, bajo su apariencia anecdótica, se encuentra la razón principal que explica el proceso de decadencia por el que atraviesa Ciudadanos: la insoportable levedad de su consistencia. El partido de Rivera era eso, el partido de Rivera. No había una estructura detrás que soportara la solidez de un proyecto con aspiración de perdurabilidad. La anécdota almeriense no es más que una pequeñísima gota en el mar de improvisación y desconcierto en que Rivera convirtió Ciudadanos en toda la geografía española y cuyas olas llegan ya a todas las costas donde el partido está implantado. Nunca nadie fue capaz de destrozar tanto en tan poco tiempo.



Las facultades de Ciencias Políticas estudiaran cómo habiendo tenido (casi) todo, el cesarismo iluminado de quien dependían todas las decisiones haya acabado dilapidándolo con una torpeza sin límites.



El Rivera de la noche electoral de abril podía haber decidido ser vicepresidente, que su partido ocupara varios ministerios, haber alcanzado la alcaldía de Madrid y alguna presidencia autonómica. Tenía una coartada- ahora los cursis dicen relato- para todo. 



Para pactar con Sánchez el gobierno porque, imponiéndole durísimas condiciones, hubiera alcanzado la meta que dio origen a su nacimiento: impedir que el nacionalismo supremacista y excluyente continuara ejerciendo como actor decisivo en la gobernanza de España. Nadie le hubiera reprochado que hubiera cumplido la dieta de Churchill – desayunar cada mañana algunos sapos- si lo que conseguía era acabar con el chantaje nacionalista. 


Para alcanzar la alcaldía de Madrid para Villacís porque solo tenía que repetir en la capital de España el mismo argumento que ya había puesto en practica con éxito en Andalucía: la permanencia durante decenios en el poder genera corrupción y si los Eres y los cursos de Formación eran insoportables, también lo eran La Gürtel, la Púnica y toda la interminable acumulación de casos ocurridos en Madrid bajo la presidencia de Aguirre o González. Un argumento idéntico podría utilizarse para Murcia o Castilla-León.


Rivera lo tuvo todo y se equivocó en todo- hasta en llevarse a Arrimadas a Madrid (donde no ha hecho nada, solo ser el eco femenino de su presidente), abandonando Cataluña (donde lo era todo y tampoco hizo nada después de ser la líder del constitucionalismo en aquella tierra hostil). 


Ciudadanos es hoy un partido en estado de desconcierto o de inconsciencia (y nunca se sabe que es peor) y las divisiones internas en la capital, Roquetas, Huércal de Almería, Gérgal o Huércal Overa son, solo, algunos ejemplos de lo que ocurre en otras partes de la geografía española.


Cuando alguien entra en una reunión con una decisión tomada y sale asumiendo la contraria sin consultarla con sus compañeros de dirección y sin atreverse a dar ni una sola explicación, lo único que pone en evidencia es su insoportable levedad. Y así ni se construye un partido ni, mucho menos, se puede aspirar a gobernar un país.


Temas relacionados

para ti

en destaque