El Grifo de Pisa

Manuel Sánchez Villanueva
07:00 • 22 dic. 2019

Me atrevería a asegurar sin temor a equivocarme que somos muchos los almerienses que acabamos de enterarnos de que el Grifo de Pisa, una famosa escultura de bronce islámico que se custodia como una joya en el Museo del Duomo de esta ciudad italiana, formaba parte del botín obtenido por los pisanos durante el saqueo de la entonces floreciente ciudad de Almería allá por el año 1089.  Claro que este no es el único aspecto de nuestra historia y cultura del que he tenido un absoluto desconocimiento. Siempre por casualidad me enteré allá por los años 80 de la existencia de un antiguo alumno del instituto de Almería dos veces finalista del prestigioso premio literario francés Goncourt; también de manera fortuita supe de la existencia en la Almería del siglo XIV de un médico e intelectual de talla mundial llamado Abén Jatima famoso por redactar el primer tratado sobre la peste o llegó a mi conocimiento el hermoso poema medieval llamado el Cantar de la Conquista de Almería. Y renuncio directamente a describir las extrañas circunstancias por las que tuve conocimiento de una importante escuela sufí en la Almería medieval. En todos los casos, el modelo del descubrimiento siempre ha sido el mismo: leyendo la prensa, visitando algún lugar, en alguna lectura esporádica o navegando en Internet, tropezaba con una breve referencia a algo relacionado con nuestra tierra que me impelía a seguir buscando. 


No hace mucho que la  acumulación de experiencias recurrentes en este sentido me hizo reflexionar sobre algo que a estas alturas de mi vida me resulta francamente inquietante; concretamente, que si mal que bien puedo tener una idea aproximada del devenir histórico de Castilla o incluso de ciertos países extranjeros, sería absolutamente incapaz de hacer la mínima descripción sobre  la cultura de Los Millares y mucho menos sobre la del  Argar, o sobre el obispado de Urci, la Republica de Marinos de Pechina, o el bombardeo de Almería por la escuadra cantonal.  Reconozco que se muy poco de mi tierra, pero lo cierto es que cada vez que me sumerjo en algún aspecto relacionado con ella me resulta francamente apasionante. Ciertamente, es un tópico decir que para amar algo primero hay que conocerlo y mucho me temo que gran parte del desapego que hemos sentido tradicionalmente por nuestra tierra está motivado por el hecho de que apenas la conocemos, ni física ni culturalmente.


Para ser justos, en mi opinión no toda la culpa debería recaer sobre los hombros de los ciudadanos almerienses. En muchas ocasiones, acercarnos a nuestras esencias es una verdadera proeza digna de los trabajos de Hércules. Por ejemplo, si una pareja de la comarca del Levante tuviera la feliz idea de aprovechar un domingo cualquiera para familiarizarse con la cultura del Argar, las mejores opciones que tendría sería la de dirigirse al Norte hacia la provincia de Murcia o hacia el sur hacia el Museo de Almería, porque si su intención fuese visitar el propio núcleo que da nombre a dicha cultura, lamentablemente no encontrarían donde satisfacer su curiosidad, ni siquiera a modo de recreación. Cierto es que son muchos las personas físicas, organizaciones privadas e incluso ayuntamientos que con denuedo intentan remediar esta profunda carencia de nuestra sociedad. Como afirmo, son muchos y meritorios todos, y me faltaría espacio en este humilde escrito para detallarlos, pero a modo de ejemplo referiré a Gabriel Guerrero en el caso concreto de la zona del Levante, a la familia Cara en Roquetas o a las voluntariosas organizaciones de vecinos de los barrios tradicionales de la ciudad de Almería.



Me atrevería a decir que todas estas actuaciones resultan imprescindibles. Pero a estas alturas de nuestra historia, deberían estar ya enmarcadas en una iniciativa pública bien dirigida, coordinada entre todos los niveles de la administración y debidamente planificada que apueste por divulgar e incluso poner en valor económico como opción turística el rico patrimonio artístico, cultural e histórico de esta provincia, complementario a su enorme patrimonio natural. Es decir, sugiero que empecemos a pensar de otro modo y consideremos que nuestra compleja y apasionante historia es un valor en sí mismo, algo que quizás no se ha tenido en cuenta hasta ahora. Sin duda alguna, la playa de Benidorm es un paradigma de cierto tipo de turismo, pero la de Los Genoveses no solo es un enclave natural único incluido en un espacio natural marítimo-terrestre, también es el lugar donde recaló la flota originaria de esa ciudad italiana que invadió Almería durante las guerras por el dominio de las rutas comerciales del Mediterráneo en las que nuestra provincia fue el epicentro del conflicto.

Resumiendo, modestamente propongo una iniciativa liderada por nuestras administraciones, con la colaboración del sector privado, para poner en valor nuestra cultura e historia, con la esperanza de que ningún descendiente mío tenga que familiarizarse con alguna joya de la arquitectura almeriense en alguna remota sala de un museo norteamericano.





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