El colegio Stella Maris cumple 75 años

José María Gil Cruces
07:00 • 05 nov. 2019

Corría el verano de 1944. El mundo estaba en guerra. Hacía tan solo cuatro días, París fue liberada por las tropas aliadas del yugo nacionalsocialista. Pero todavía faltaba un año para ver el final de la Segunda Guerra Mundial. En España, la situación no era mejor. Las aventuras empresariales eran sinónimo de suicidio económico. Cuentan los abuelos que la posguerra fue peor que nuestra Guerra Civil. Andalucía andaba a la cola de España en cualquier parámetro que ustedes quieran, y Almería era el final del túnel andaluz en el que las sombras no dejaban atisbar ninguna luz.

   Pero el 30 de agosto, un puñado de mujeres, valientes como ellas solas, sin más confianza que en el de Arriba, llegaron a la Calle de la Reina amparadas por los muros del Hospital Real de Santa María Magdalena, que por aquel entonces contaba con cuatro siglos de historia. Objetivo: fundar un colegio en Almería, cuyo déficit educativo era más que alarmante, donde pulgas, chinches y glaucoma rivalizaban con hacerse un hueco en el día a día de la población infantil, la más expuesta a las consecuencias de las guerras. De todas las guerras.

   Al poco tiempo, aquellas hermanas de hábito albinegro, auténticas pioneras del potencial femenino, tuvieron que buscar sin mucho ruido un nuevo asentamiento. El primero se había quedado pequeño. La expansión urbana de la ciudad solo podía  producirse hacia levante, pues al norte, pasadas las tapias del cementerio de san José, se acababa el municipio; al oeste, las estribaciones de la Sierra de Gádor, hacían imposible cualquier ensanche, y por el sur, está el mar, y Almería no era Montecarlo o Ámsterdam. Solo quedaba atravesar la Rambla, nuestro particular Rubicón, hoy avenida Federico García Lorca, donde la vega, introduciéndose en la ciudad, hacía las delicias con sus árboles de moreras entre los más jóvenes, que acudían presurosos con su caja de zapatos Gorila para fomento y disfrute de la cría de los gusanos de seda, el deporte almeriense de los más pequeños: sano, ecológico y sobre todo, barato.



   Setenta y cinco generaciones de estudiantes entre tres y dieciocho años (a veces sin cumplir los más chiquitos, en pañales; en alguna ocasión sobrepasando la actual mayoría de edad), son la mejor tarjeta de presentación de un Colegio donde muchas personas han sido educadas bajo el carisma de la Madre Cándida María de Jesús, una mujer que solo hablaba euskera puro y duro, el del caserío de Berrospe,  que aprendió castellano hecha ya una mocita lejos de su Guipúzcoa natal. 

   Entre el  mínimo de doscientas alumnas de los primeros años, hasta el máximo que superó la barrera de los dos mil a finales de siglo, tomando una media de mil cuatrocientos personas por curso, el alumnado del Colegio Stella Maris de las Jesuitinas puede cifrarse en ¡cien mil almas colegiales! a lo largo de estos primeros Setenta y Cinco Años que gritan por los cinco continentes que el mundo es pequeño para nuestros deseos. Enhorabuena a tanta buena gente.






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