Carta solidaria a un gallo inocente

José Luis Masegosa
07:00 • 16 sept. 2019

Mi querido, aunque desconocido, gallo Maurice: Permíteme que te haga llegar mi más sincera felicitación por haber sido absuelto, junto a tu dueña, Corinne Fesseau, por el Tribunal Penal de Rochefort, en Francia, de la acusación  de perjuicio sonoro, interpuesta por unos vecinos ocasionales de tu isla francesa de Oleron. Los demandantes, habitantes temporales de tu bonita residencia, se han dado con un palmo de tu cresta en sus pretensiones al denunciarte a ti y a tu cuidadora porque decían que tu cacaraqueo adelantaba el alba y no podían relajarse entre las seis  y las ocho y media de la mañana. Me he alegrado mucho del fallo judicial porque tu voz seguirá alimentando las noches isleñas y los demandantes tendrán que pagar mil euros a Corinne en concepto de daños, es decir, que sus extravagantes anhelos les han llevado, literalmente, a ser desplumados por tan acertada sentencia que espero siente jurisprudencia, pues no sé si sabrás que aquí, en este país vecino, en concreto en la localidad asturiana de Cangas de Onís, asistimos, meses atrás, a un caso con cierta semejanza al tuyo. La denuncia del propietario de un establecimiento rural ante las “molestias” causadas a sus huéspedes por una pequeña colonia de tus congéneres acabó con el cierre municipal del gallinero , un hecho que fue noticia de alcance, sobre todo por el video viral del ganadero Nel Cañedo, que cantó las cuarenta al autor de la resolución, al propietario del hotel y a los sensibles huéspedes que nadie acierta a saber qué esperaban encontrar en un entorno rural como el del enclave asturiano. 


Amigo Maurice, en el fondo de estas excentricidades subyace la deformada imagen que de lo rural existe en las ignorantes mentes de tantos esnobs urbanitas. Al respecto, recuerdo una anécdota relatada por mi compañero y veterano periodista Antonio Ramos Espejo, quien en uno de sus primeros grandes reportajes periodísticos acerca de la “invasión “ de nuevos hippies en las Alpujarras, a principios de los años setenta, se encontró con uno de ellos que al filo del éxtasis ante una plantación de lechugas, exclamó: ¡Qué alucine…una lechuga¡. El joven confesó después al reportero que él pensaba que las lechugas crecían en los platos donde se sirven. No sé, admirado gallo, si ahí, en tu país, se han reproducido idénticas circunstancias respecto al fenómeno del llamado turismo rural: Aquí la gente dice que va al campo, pero mejor que no sea “muy campo”. La mayoría prefiere un hotelito con encanto que esté decorado con elementos neorrurales de las revistas de muebles, con unos pocos aperos de labranza colgados en la pared del salón, pero que no huela a oveja ni a vaca, ni a gallina y, a ser posible, que los caseros no les carguen la cabeza con historias y milongas de las bondades que atesora la vida pastoril, y, por supuesto, que el alojamiento cuente con cuarto de baño privado e individual. Tus hermanos, los capones...mejor retractilados en las vitrinas del súper. 


Amigo Maurice, muchas de las casas rurales son montadas y decoradas por urbanitas que creen que la leche nace del tetrabrik, con unas ideas neorrurales en las que no hay sitio para tus hermanos, ni para “les pites”, ni “les vaques” ni para que los excrementos del ganado que abonan los cultivos huelan a lo que tiene que oler toda materia orgánica en descomposición. Claro, que ahora hay quien piensa que el turismo rural se acaba de inventar y por eso se producen pleitos como el tuyo, que ha dado la vuelta al mundo y ha llegado al New York Times. Nadie se acuerda de que antes ibas a un pueblo y sólo podías alojarte en la fonda de la plaza, que contaba con patio-gallinero, donde vivían muchos de tus parientes y parientas que proporcionaban  nutrientes huevos que se servían en el comedor y que acompañaban el sueño con su familiar kikiriki. Cuán atrevida es la ignorancia de quienes no saben que no hay campo ni pueblo si no se oye el canto del gallo, el rebuzno de un asno o el tañer de las campanas. Te reitero mi solidaridad y felicitación. Gracias por tu atención, admirado Maurice. Tu nuevo amigo. 






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