Entre el susto y la muerte

No sé si están teniendo el tiempo o la paciencia necesaria para prestar atención al devenir del debate de investidura que, por momentos, más parece de embestidura, dada la tozudez de los hierros enfrentados en la tribuna. Y esa ganadería, que es la que hemos puesto los españoles en los escaños, es la que tiene que poner a funcionar un país que, cuando vuelva de vacaciones, quizás descubra que permanecer en compás de espera durante largos meses es un pésimo negocio. Y no parece del todo claro que con estos bueyes pueda ararse nada de lo que pueda prender nada provechoso, porque las dos salidas que parecen apuntar este debate se bifurcan entre el susto y la muerte. Si finalmente se acaban repitiendo las elecciones, quedarán de manifiesto dos cosas que ciertamente producen bastante miedo: la contrastada incapacidad para el diálogo y el entendimiento de una generación de políticos que está a mucha distancia de aquella que, con la argamasa de la losa del Valle de los Caídos aún fresca, supo zanjar cuentas y abrir un horizonte de consenso sobre el futuro de todos. Y no sólo eso. Si la falta de acuerdo nos lleva a las urnas otra vez, convendría pensar en reformar las leyes electorales y aplicar las viejas fórmulas de uso común en otros muchos países (una segunda vuelta o un bonus de escaños al partido más votado) para evitar que la fragmentación del voto y la inoperancia de los candidatos suponga la parálisis del país durante largos meses. Y eso, siendo malo, no parece tan inquietante como el eventual gobierno de un PSOE coaligado a la fuerza con la purria radical y separatista que no esconde ni su odio a España, ni su desprecio  por el marco constitucional bajo cuyo amparo ha sido posible que todos los españoles vivamos en democracia y libertad durante los últimos cuarenta años. Y romper ese pacto, que no fue una transacción, sino una unión de voluntades, es lo que pretenden los eventuales socios del eventual presidente. Así que ya lo ven: susto o muerte.