Barra libre de insultos sexistas

La exalcaldesa madrileña, Manuela Carmena, amonestó cariñosamente a la presentadora de una mesa redonda en la que participaba cuando ésta, en un momento del acto, se refirió al actual alcalde de la capital, el popular José Luis Martínez-Almeida, llamándole “carapolla”(sic). El singular apelativo es el que aparece en los carteles y pegatinas que varios partidos de izquierdas han comenzado a distribuir por Madrid a raíz de su proclamación como alcalde. “Almeida Carapolla seremos tu peor pesadilla” (sic) dice la campaña que, auspiciada por parte de los partidos que han dejado el gobierno municipal, se puede ver ahora en muchas calles y farolas de la capital de España. La señora Carmena, que estuvo rápida a la hora de afear el tono la presentadora, fue sin embargo indulgente con ella, pues sólo le amenazó con un simbólico “coscorrón” en un tono que recordaba mucho a la abuela que riñe al nieto que alborota.

Pero no nos fijemos en la anécdota y elevemos la categoría para llegar a la clave del problema, que no es otro que la permanente doble vara de medir que rige en España, país en el que la gravedad de un asunto no depende del hecho, sino de sus protagonistas. Y el hecho es que a las pocas horas de su nombramiento, el alcalde del PP ya tenía en la calle una campaña de insultos que se ha tenido que tragar por dos razones que avalan socialmente este tipo de situaciones: no ser de izquierdas y no ser mujer.

Les invito a imaginar la dimensión de la escandalera si desde el entorno de la derecha se hubiera montado una campaña que dijera literalmente, “Carmena Caracoño”. Duele hasta leerlo, ¿verdad? Imaginen la reacción del universo progre ante tamaña pellejería: manifestaciones, exigencias de dimisión, horas de televisión y radio, redes sociales, columnas, editoriales… ¿Ha salido alguien a protestar por estos insultos sexistas? Pues casi nadie. Y ya está bien de que una misma cosa sea grave o irrelevante según a quién le pase. Ya está bien.