Cuarenta mariposas para Pablo

Ramón García
18:31 • 26 jun. 2019

Que el trío Pieris porte el nombre de una mariposa proviene del propósito de asociarse a algo bello que conecte norte y sur, y mientras observaba las manos de Marco Mezquida deslizarse por las teclas del magnífico Shimmel de Clasijazz pensé que no había nada más parecido al leve vuelo de ese lepidóptero. Cada aleteo produce tal cantidad de belleza que si algún asistente al concierto hubiese padecido el síndrome de Stendhal, lo sacamos de allí con los pies por delante.


Porque hay momentos en los que un instrumento parece haber sido creado con el propósito de que caiga en las manos de un determinado artista y Mezquida nació para el piano. Su combinación de depuradísima técnica, desbordante imaginación, exquisito gusto y una capacidad de innovación constante constata que la música sigue su camino escogiendo a sus propios renovadores.


Los daneses Jesper Boldisen al contrabajo  y Martin Maretti Andersen en la batería no quedan a la zaga, dando réplica a sus diabluras pianísticas y haciendo de cada composición una nueva aventura. 



Me preguntaba mi amiga Ana al día siguiente que cual era el estilo de jazz que interpretaban y no supe contestarle. Su música trasciende de etiquetas y se convierte en una suerte de mágico desarrollo de melodías, armonías y ritmos aprovechando cualquier cultura o lugar.


Sucedió un jueves cualquiera y presentaban el disco homónimo del que yo desconocía todo. Me vanaglorio de ir preparado a los conciertos, pero hay ocasiones en las que acudir con los oídos vírgenes tiene sus ventajas.



Me atrapó esa bellísima Hidden Beauty de Bodilsen que dio paso a Florencia, original de Mezquida, inspirado y lleno de matices donde el juego con la dinámica, el cruce de ritmos y las bellísimas melodías entretejidas describen al mediterráneo. Me encandiló Joy, emocionante oda de Marco a su abuela que me recordó a aquellos country del mejor Jarrett. O el clásico de Agustín Lara, Piensa en mí, con un tratamiento exquisito de bolero swingueado. Y, siguiendo la tradición de otro superdotado en lo de homenajear a los de Liverpool, llegó el delicado Love de Lennon, arrancando con la calma del original para ir transformándose en un tsunami musical.


Con la ranchera Que nadie sepa mi sufrir como breve bis completaron un set de ensueño que cualquier músico querría poder poseer y abordar. El suave aleteo de una mariposa se habría podido escuchar en el momento final, cuando los tres posaban suavemente las manos sobre sus instrumentos y daban por finalizado un concierto regalado a un Pablo Mazuecos que no había soñado entrar de esa forma en la cuarentena. 




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