La hoguera de la vanidad histórica

Cada vez que llega la noche de San Juan y las playas de Almería experimentan la reacción nuclear del reguetón y el colesterol, se enciende el debate comparativo entre la abrasadora espontaneidad de una tradición popular alejada de las formas y el declinante seguimiento de la pompa circunstancial del Día del Pendón, la festividad oficial y solemne de nuestra vieja ciudad. Ahí es nada. Pero de ahí también se prenden los reproches, los debes y los haberes de una Almería que no ha querido o sabido apostar por la formalidad estética de su archivo histórico y que ha preferido que sea la gente la que acabe dando forma al calendario de sus protocolos y preferencias. Y qué quieren que les diga, comprendo bien a quienes se lamentan por ver lo poco que mueve ya el tremolar de nuestro viejo Pendón y el crujido dental de quienes, pocos días después, comprueban que en la vecina Granada el boato compartido toma masivamente las calles en recuerdo de sus señas de identidad. Pero también comprendo bien a los que hacen suya la playa esta noche sin escrituras o pergaminos y montan una hoguera con las vanidades formales del tiempo que no vivieron y que tampoco les explicaron. Vaya usted a intentar ahora un ejercicio didáctico sobre las capitulaciones de los Reyes Católicos a los que a estas horas van cargando ya las morcillas para la barbacoa playera o a los que están comprando bolsas de hielo para el botellón nocturno. Explique usted a esa gente la importancia histórica que supuso para Almería la incorporación, en 1489, al concepto de España que ahora conocemos. Verá usted qué risa. Pero con historia o sin ella, el hecho cierto es que la noche de San Juan se ha instalado en nuestras vidas para quedarse, por lo que no sólo hay que asumirla, sino que sobre todo hay que saber disfrutarla. Con respecto, con prudencia y con sentido común, que de la reacción nuclear al desastre radioactivo hay menos distancia de la que separa a un macero de un papichulo.