La banda sonora que nunca existió

Ramón García
12:15 • 29 may. 2019

La expresión ‘alinearse los planetas’ suele usarse para definir hechos insólitos o que se producen cada mucho tiempo ya que, al parecer y vaya por delante no soy un experto en astronomía, en nuestro sistema solar es prácticamente imposible que se de esa circunstancia.


Trasladado al arte, asombra pensar que en el mismo espacio-tiempo pudiesen coincidir en Argentina esos genios llamados Les Luthiers, en el Reino Unido los Monty Phyton, o en EEUU los Marx, y estos últimos en una misma familia.


En el pop se suele recurrir sistemáticamente a The Beatles como ejemplo de concurrencia de talentos en un mismo momento y lugar, pero se olvida a bandas como los 10cc



Cuenta la leyenda que eligieron su nombre por tratarse del doble del volumen medio que el sexo masculino es capaz de eyacular en una sola tirada. Puede que no sea cierto, pero tiene su gracia. Lo incuestionable es que sus miembros sí que estaban musicalmente bastante por encima de la media.


Cuatro británicos, Kevin Godley, Lol Creme, Graham Goldman y Eric Stewart, los dos primeros más atrevidos y el otro tándem más amantes de la melodía y sin miedo a la comercialidad. Juntos formaron un ente tan perfecto que es inexplicable que, hoy en día, casi nadie hable de ellos.



Analizando su discografía se descubren de inmediato sus fortalezas: multi-instrumentistas que intercambian papeles sin despeinarse, fabulosos cantantes con voces que empastan a la perfección, compositores imaginativos y, a la vez, gamberros en sus letras o incluso en los títulos de sus discos. Su obra más conocida, The Original Soundtrack (1975), no era la banda sonora de ningún film, y su segundo long play, Sheet music (1974), podría traducirse como partitura o como ‘música de mierda’, según se pronuncie.


Esa inexistente BSO incluyó sus dos temas más legendarios: la mini-suite Une nuit a Paris - dicen que pudo inspirar levemente a Mercury para su famosa rapsodia publicada poco después - y la atípica balada I'm not in love. En esta, exprimiendo los medios técnicos de la época, inventaron un rudimentario sintetizador de voces. Un servidor, por cierto, la ha interpretado mil veces en un arreglo jazzístico que hacíamos con el Diego Cruz Quartet.



Sus dos miembros más audaces abandonaron el barco formando el dúo Godley & Creme, y justo en esa época tardía, ya con los más melódicos al mando, los conocí yo con el infravalorado Bloody Tourists (1978), una obra que comenzaba con el reggae más divertido que he escuchado en mi vida, Dreadlock Holiday. Parafraseando una de sus estrofas, podría afirmar que no me gustan los 10cc, los amo. 


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