Hay dos tipos de cantantes de karaoke: el que se arranca con tres copas y canta por peteneras los grandes éxitos de Perales y el que actúa convencido de ser una figura de la canción injustamente tratada por la fortuna. Esos son los peores, porque la embriaguez proporciona un eximente basado en el trastorno mental transitorio. En japonés, la palabra “karaoke” se crea uniendo los términos “kara”, que significa “vacío”, y “oke” que es una abreviatura de la voz inglesa “orchestra”. Es decir, que es una orquesta que toca en vacío para que cualquiera pueda cantar siguiendo la letra ya escrita. Y siempre he pensado que es un acto de generosidad disuadir a un amigo de ponerse al micro creyéndose la reencarnación viva de Rocío Jurado, porque se puede sobrevivir a una catástrofe, pero no al ridículo. Lo digo porque la otra noche vimos en Canal Sur un debate de candidatos a la alcaldía de Almería que, por momentos, recordaba un concurso de karaoke, con las candidatas y candidatos de PSOE, CS e IU leyendo incansablemente sus tarjetas y llegando a pedir el voto -el momento más personal de un debate- siguiendo con alguna dificultad el guión de las tarjetas que llevaban ya preparadas. Por dar una idea de lo sucedido, la candidata socialista, Adriana Valderde, tuvo que mirar ese documento 38 veces en el minuto y medio que le duró el trance y el candidato de Ciudadanos, Miguel Cazorla, dijo que pedía el voto “mirando a los ojos de los almerienses”, sin levantar la vista de su tarjetón. Quien viera el debate sabe que no miento. Sólo el alcalde, Ramón Fernández-Pacheco (PP) debatió sin leer papeles. Creo que quien aspira a ocupar el cargo de máxima representación en Almería no puede menospreciar a los almerienses convirtiendo un debate electoral en una noche de karaoke. Y es verdad que quien así actúa devalúa el debate, pero también radiografía con precisión su nivel como contendiente. Para que luego digan que los debates televisivos no sirven de nada.
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