Ferreterías

Juan Pardo Vidal
01:39 • 25 abr. 2019 / actualizado a las 07:00 • 25 abr. 2019

Me gustan los bares normales, los bares de andar por casa, esos a los que no va todo el mundo  -gastrobar me parece una palabra muy desafortunada fonéticamente-. El bar de Diego se llama Alhadra, está en Los Molinos, el barrio de mi abuela, hacen unos gurullos con conejo que alivian la ansiedad. Ana es un cielo, su jefe es buen tío a pesar de ser del F.C. Barcelona. Todo se le perdona por los gurullos con conejo. Es un bar normal el de Diego. Como yo, que soy un un escritor normal desde el punto de vista etimológico, normal viene de “norma” y eso en latín se refería a las escuadras que usan los carpinteros para saber que las cosas tienen 90º. En este artículo diré que me gustan los bares normales y en el siguiente diré otra cosa, quizás en este mismo. 


No tengo presupuesto -ni hígado- para documentarme tanto sobre bares, hago lo que puedo, tengo que escribir el artículo de la semana. He visitado tres bares del centro, en todos he encontrado conversaciones insulsas. Ya iba un poco mareado (mi madre habría dicho piripi o achispado) y sólo tenía cuatro anotaciones para el artículo. Menos mal que en el cuarto bar la chica de la mesa de al lado le decía a su compañera de piso que aceptara salir con un chico que, al parecer quería conocerla. -¿Qué te cuesta? -Es que es muy normal -Pues por eso -respondía la otra-, llévatelo a ver la película Green Book y fíjate bien en cómo responde. La película es normal, pero si le encanta, es que él no es normal.


En ese momento ha venido el aguafiestas del camarero con la cuenta, han pagado y se han marchado. Yo me he quedado a medio artículo, un artículus interruptus por culpa del camarero, y me he puesto a pensar que ahora es muy normal que haya bares o cafeterías que no son normales, son bares librerías o bares salas de exposiciones, pero no hay ningún bar ferretería. Y pensé que eso sí que sería un buen negocio, sería como el Cyrano, pero en los expositores, en vez de libros, habría llaves de grifa y empalmes de tres cuartos. En la tele no pondrían pelis de Fellini en plan cineclub, sino documentales sobre consejos para cambiar el grifo de la cocina o los manguitos del lavabo. El camarero respondería a tus dudas sobre el sifón de la cisterna y, al traerte la tapa, te recordaría siempre que la juntas se ponen al revés de lo que parecería lógico pensar. La gente acudiría en tropel para aprender sobre fontanería. Charles Bukowski era un poeta que vivió como indigente buena parte de su vida, le leí en una entrevista decir que solo los fontaneros merecían su más absoluto respeto, porque hacían que la mierda circulara. Joe Strummer, el líder de la mítica banda The Clash tenía una ferretería en el Parque natural de Cabo de Gata. No sé si eso viene a cuento aquí, pero es que estaba loco por soltarlo desde que vi el documental de Antonio Jesús García y Navarrete.






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