Un gran desafío

Antonio Ramírez De Arellano
14:00 • 03 abr. 2019

V ivimos en una época de acelerados desarrollos tecnológicos y una intensa dinámica de globalización, que cambian nuestras vidas e impulsan los avances económicos. Somos más eficientes con estas tecnologías, y deberíamos sentirlas como aliadas del desarrollo humano, pero la sensación que tenemos es que son una amenaza para nuestro empleo, y por tanto para nuestros planes vitales.


La preocupación está ya en nuestro día a día; en las conversaciones cotidianas: el conflicto del taxi frente a las VTC; los robots de última generación en muchas industrias; las plataformas digitales turísticas, frente a las agencia de viajes tradicionales; Amazon, Alibaba o Wish, frente al comercio tradicional... Pronto la combinación de la robótica con el 5G y la inteligencia artificial (IA) ampliará el espectro de posibilidades: diferentes tipos de vehículos serán autónomos; el ‘Doctor Watson’, de IBM, es el ‘mejor médico del mundo’ y puede diagnosticar a miles de pacientes a la vez; la IA nos conocerá ‘mejor que nosotros mismos’ por nuestra actividad en las redes, y anticipará nuestros gustos en la vida doméstica y el ocio.


Una importante novedad es que estas preocupaciones afectan de manera muy especial a los ciudadanos de los países más desarrollados social y económicamente. Nos encontramos con la paradoja de que esos países, cuna del capitalismo y del liberalismo, empiezan a considerar el proteccionismo económico como una opción para la supervivencia de su modelo social. Por el contrario, China (el país comunista por antonomasia), se plantea abrir sus fronteras, y firma acuerdos comerciales, construye infraestructuras de comercio internacional y emerge como la nueva potencia económica global.



Las posturas radicales de unos y otros no son razonables. Ni se puede sobrevivir desde el aislacionismo, ni se pueden pretender superávits comerciales eternos, con monedas artificialmente devaluadas, ni sostenerse con una competencia desleal social y medioambiental.


Se abre un gran campo de acción potencial para la OMC. Pero las instituciones multilaterales también tienen que modernizarse e integrarse. No tiene sentido que la OMC no forme parte del sistema de las Naciones Unidas, y tampoco de los organismos de Bretton Woods como el Banco Mundial o el FMI.



¿Y si se observa esta revolución tecnológica como una oportunidad para hacer nuestras economías más eficientes, mejorar el estado del bienestar, y hacer más justa la economía mundial? Y, antes de nada, ¿cuáles son las verdaderas amenazas? Para la más grave de todas, el cambio climático, los avances tecnológicos pueden ser justamente una vía de solución. La segunda gran amenaza es la desigualdad, signo de las últimas décadas y de la ‘Gran Recesión’.


Ambas deben ser abordadas con grandes consensos globales, que requieren también un enfoque local, que los ciudadanos perciban como próximo y en el que se sientan partícipes. Un planteamiento ‘glocal’.



Desde una perspectiva global se están dando importantes pasos para definir un paradigma social y económico sostenible que sirva como referente, una fórmula ‘metaeconómica’. Se trata de la Agenda 2030 de Naciones Unidas. Se plantean 17 objetivos concretos, entre los que se encuentran el fin de la pobreza, la mejora de la salud y el bienestar de todos, una educación de calidad, la igualdad de género y eliminación de brechas salariales, puestos de trabajo decentes, crecimiento económico, respeto al medioambiente y el crecimiento sostenible. Se está logrando un progresivo consenso, con la implicación de los gobiernos e instituciones a nivel internacional.

Sin embargo, desde una perspectiva local, el reto podría ser más complejo de abordar, dado que es en el nivel en el que los ciudadanos expresan su descontento mediante el voto a sus gobiernos.


Dice Antón Costas que “hay en nuestra sociedad una demanda de un nuevo contrato social”, sobre todo entre los jóvenes, que tienen la percepción, justa, de que han sido “dejados atrás” por el sistema. Algunos de ellos, incluso entre estudiantes universitarios, sufren verdadera angustia cuando se les pregunta ‘cómo creen que será su vida dentro de diez años’. Si la oferta no llega desde las posiciones centradas, lo hará desde posiciones extremas, que terminarán generando una dinámica de bloques de efectos impredecibles y muy preocupantes.


Esta oferta no es sólo cuestión de las formaciones políticas. Las empresas, los agentes sociales, las universidades, y otras entidades e instituciones de la sociedad, deben estar llamadas a construcción de nuevos planteamientos que generen suficiente acuerdo. El compromiso de todos es necesario para este gran desafío.


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