De profesión, pobre

José Luis Masegosa
07:00 • 18 mar. 2019

En 1890 el rotativo madrileño “El Globo” se hacía eco del comunicado remitido por el facultativo Ricardo Gutiérrez Roig, doctor en cirugía, médico de la Casa Real del Infante Antonio de Orleans, hermano de la Reina María de las Mercedes, nacido en Berja, pero criado en Oria. Según la reseña periodística, el sanitario atendía a un número considerable de enfermos en el barrio madrileño de la Plaza de Toros; “estos enfermos son pobres, carecen absolutamente de recursos, y el señor Gutiérrez creyó de su deber participar a la junta municipal de Buenavista, cuyo presidente es el señor don Manuel Silvela, lo que ocurre, a fin de que se facilitase a aquellos infelices algún socorro. La comunicación tiene fecha del día 17, y ayer no había contestación alguna de la Junta”. El texto periodístico no tendría  mayor trascendencia, sino la de dejar constancia de la pauperrima situación de numerosos madrileños de finales del siglo XIX.


Días atrás encontré en la calle a Isabel, una mujer cuasi anciana que seguía los pasos de  Mariano, su acompañante canino que apenas levanta un palmo del suelo. La transeúnte no tardó en contar fasciculos de su convulsa vida, a caballo entre la supervivencia en los comedores sociales y el cuchitril que le cobija, de apenas cuatro metros cuadrados, donde el agua, la luz y el baño conforman un sueño imposible que ha de hacer realidad en la casa de acogida más próxima que regentan las hermanas de San Vicente de Paúl. Cuando con sumo tacto y extrema sensibilidad se le pregunta por su vida laboral, la respuesta es tan breve como contundente: pobre. Pobre se autocalificaba también el joven inmigrante que hace unas semanas  dio muestra de su honestidad y honradez cuando devolvió en la capital la cartera con 300 euros que encontró en la calle. Los pobres habitan entre nosotros, aunque no los conozcamos. El estudio “La pobreza en España, pueblo a pueblo”, realizado por la consultora AIS Group, es suficientemente elocuente de la pobreza que nos rodea. En Almería, ésta tiene pasaporte extranjero, rostro de mujer y no conoce edades. Según el estudio, la incidencia de la pobreza en territorio almeriense es preocupante, sobre todo en la capital y en los dos grandes municipios de la provincia. En Roquetas de Mar se registra un índice de pobreza superior al 30 por ciento, mientras que en El Ejido alcanza casi el 27 por ciento. El fenómeno de la pobreza no es nada novedoso. Es frase hecha la de que siempre ha habido pobres y ricos. Sin embargo, desde la crisis económica de 2008 la pobreza se ha cronificado y  las historias de pobres de los años del hambre, de la España de alpargata o las frecuentes imágenes de indigentes  que tanto atrezzo ponen a las puertas de las iglesias,  en las calles de las ciudades o en  los núcleos urbanos, han regresado a nuestra ciega mirada que no ve más allá de la opulenta apariencia del vecino o de la insaciable ambición del nuevo rico que prolifera por doquier. 


A pesar de los deslumbrantes proyectos que estos días de antesala electoral nos venden a diestra y siniestra y pese a las grandilocuentes e inalcanzables promesas que nos llegan  vía multicanal, muy pocos, unos menos que otros, reparan en la indigencia y en la miseria que convive a nuestro alrededor. Tal vez no asistamos al tremebundo periodo de los años del hambre. De aquella época me llegan algunos certificados de defunción, como los de Juana “la Refugiada”, de abril de 1938, o el de María Martínez, de octubre de 1945, de profesión “mendiga” y “pobre”, respectivamente. Ahora que asistimos a proclamaciones y presentaciones de candidaturas para regir la vida pública no estaría nada mal encontrar algún/a candidato/a en cuyo curriculo  figure : “ De profesión, pobre”. Al menos tendríamos la certeza  de que los pobres también pueden aspirar al estatus del político.






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