El peregrino

Juan Pardo Vidal
07:00 • 14 mar. 2019

Bar La bambalina, miércoles 27 de febrero por la noche, tapeo con una pareja, son buenos amigos. Salgo a la calle a fumar, se me cae una muleta (me acaban de operar una rodilla) y me la recoge un tipo con pinta rara. Yo también llevo bastón, me dice él mientras me muestra un bordón, una vara de peregrino llena de abalorios, pulseras, una concha de vieira y una pequeña calabaza. Charlamos mientras fumamos, me acepta con gusto un cigarrillo. A ver si me aclaro, Enrique, a ver si me aclaro, tienes 56 años, saliste hace meses de Huelva y vas a Roma andando, no llevas dinero ni mendigas, pero tienes tu DNI por si necesitaras sacar algo del banco para una urgencia. Porque tú, Enrique, estás prejubilado por un accidente de coche, estás casado, trabajabas como comercial para la marca Lamborghini y, después del accidente de tráfico, estuviste dos años en una silla de ruedas sin poder andar. Cuando inesperadamente  comenzaste a recuperarte, prometiste ir a Roma andando -viste la luz como San Pablo cuando se cayó del caballo-. Y ahora vas de camino. ¿Es eso? ¿Tú sabes lo que te queda para llegar, criatura? Aunque seguro que llegas, claro, porque todos los caminos conducen a Roma, ¿no? -Sí, la verdad es que no tengo prisa, dios me acompaña. -Lo sabe tu mujer. -Sí, por supuesto. -¿Dónde duermes? -En un saco casi siempre. -¿Qué comes? -Como poco, pero la gente es muy amable, sobre todo en los pueblos. -Pues yo vivo en un barrio de Almería y tengo un sofá, ¿quieres dormir en mi casa esta noche? -Por mí encantado, pareces buena gente. -Ah, vaya. Gracias hombre por la confianza. 


Entramos al bar y se sentó a nuestra mesa, se lo presenté a mis amigos. Es verdad que bebía y comía poco, no podía porque hablaba mucho. Olía bien, estaba afeitado, un tipo normal con el pelo un poco largo y desaliñado para su edad. Contó historias que darían para tres novelas (y eso que aún le quedaba mucho camino hasta Roma). Pagamos nosotros la cuenta, claro. Una mujer se acercó a pedir una limosna y él le dio un cartón de leche que alguien le había dado antes a él. -No os penséis que soy muy bueno, es que una mujer me lo dio ayer y no pude rechazarlo. Pero pesa mucho en la mochila y soy alérgico a la lactosa.


Nos fuimos a mi casa, nos sentamos en la terraza con una cerveza, hablamos hasta las 5:30 de la madrugada. Enrique ha dormido en el sofá, dice que es comodísimo. Nos hemos levantado tarde, se ha duchado y hemos desayunado en mi terraza, frente al palmeral del Zapillo, mirando al mar. -Qué buena celebración del día de Andalucía. -Pues sí. -¿Juan, estás seguro de que mirando este mar desde aquí no consigues creer en Dios? -No, Enrique. Hace muy poco perdí la fe. -Los escritores no podéis perder la fe -ha dicho mientras recogía sus bártulos y se iba hacia la calle. -Escribo una columna sobre historias de bares en La Voz de Almería. ¿Te importa si lo cuento? -Claro que no. De todas formas nadie va a creerte.






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