El final de la presidencia de Pedro Sánchez me hace pensar en una idea que le leí hace tiempo al gran García Márquez, en la que proponía crear una especie de arca de la memoria, “una botella de náufragos siderales arrojada a los océanos del tiempo”, en el que se conservasen los datos y los hechos representativos de la historia de la Humanidad antes de que el apocalipsis nuclear nos borre del rompeolas de la existencia.
El problema sería escoger qué destacar o guardar allí para que en el futuro alguna civilización alienígena -o las cucarachas, que por lo visto resisten más que un martillo metido en manteca- tuvieran conocimiento cierto de lo que fuimos e hicimos como estirpe. Hagan la prueba de trasladar esa tarea a la insólita legislatura del Doctor Fraude y verán que hay muy poco, por decir algo, que conservar.
De entrada cabe destacar que Sánchez anunció la convocatoria de Elecciones Generales dando un mítin en un marco institucional, con bandera y atril de presidente de Gobierno y no de presidente del PSOE. Una metáfora final de la calamidad que han supuesto para España estos ocho meses de experimento y deslumbre por parte de quien será recordado, por mucho tiempo, como el peor presidente que ha tenido la democracia española. Y si por algo se ha caracterizado este tiempo ha sido por el incumplimiento de sus propias promesas. Empezando por la inmediata convocatoria de elecciones tras la moción de censura y terminando con la más reciente de aguantar en el cargo hasta el 2020, Sánchez ha incumplido prácticamente todo lo que ha anunciado, sin que nos olvidemos ahora del chusco empeño de jugar a desenterrar la historia en el Valle de los Caídos. Mencionemos también el singular retablo de ministros y ministras que ha estado a su lado, su bochornoso paso por el palmarés del plagio, el trato de favor contractual a su mujer y, finalmente, el vergonzante pago aplazado de sus apoyos independentistas. En definitiva, que tanta paz lleve como gloria deja.
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