Una masa congelada en el tiempo

Rafael Torres
23:24 • 11 feb. 2019 / actualizado a las 07:00 • 12 feb. 2019

N i siquiera la errática torpeza de Pedro Sánchez y Carmen Calvo es capaz de arrancar del caletre de Pablo Casado otra cosa que una resma desatentada de insultos. De esa rudimentaria forma de hacer política, de no hacerla para ser más exactos, nacen movilizaciones callejeras como la de Colón, aparatosamente adscritas a la nostalgia de unos tiempos en los que la política, la de verdad, se había abolido.


La patrimonialización de la idea de España por parte de la derecha ancestral no es cosa nueva, pero, precisamente por no serlo, se trata de un arma inválida para los nuevos tiempos, y eso por no hablar del peligro que corre el propio usuario de tan herrumbrosa herramienta. La apropiación unilateral, por las bravas, que la reacción tricéfala hace del sentido de la nación española, no sólo excita el siroco independentista, sino que lo crea. Si España, que no es otra cosa que la suma de todos y cada uno de los españoles, se escenifica de manera tan agropecuaria, antiestética y excluyente como se hizo en la cuchipanda "pedrosanchicida" del domingo, no es raro que apenas concite la adhesión, la identificación, de una débil masa congelada en el tiempo.


Al difícil "ménage à trois" de la derecha nacionalista, difícil como todo "ménage à trois" pero más aún por inspirarse en las fantasías crepusculares de un cuarto elemento, Aznar, le ocurre como al "pas de deux" de Podemos con Izquierda Unida, que no suma. Se vio en Colón, se percibe en los sondeos y se confirmará en las elecciones a poco que el Gobierno del PSOE deje de pegarse tiros en el pie con las pamplinas de un imposible apaciguamiento de la facción carlistona de Cataluña. A la derecha le gusta que le manden, necesita un argumentario único y unívoco como una orden castrense, y ahora, con ésta moda de los tres generales, de los tres tenores, no sabe a ciencia cierta a quién hacer caso. Y la derecha otra cosa no, pero necesita, en su simplicidad, ciencias ciertas. Arranca en unas horas la vista oral del juicio sobre la intentona secesionista en Cataluña, y, paralelamente, otro juicio, el que a la ciudadanía le haya de merecer la actitud ante él de la clase política, entre la que la mayoría sensata no quisiera ver pirómanos. Ni uno, ni dos, ni tres. Ni tampoco a ese cuarto en la sombra cuyas desorbitadas concesiones tanto contribuyeron a crear y a alimentar al reo que se juzga.






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