Un tren en movimiento

Ramón García
07:00 • 12 feb. 2019

Que rectificar es de sabios es algo de lo que nadie debería olvidarse, y mucho menos los políticos que rigen nuestros destinos, que demuestran una y otra vez que son capaces de llevarnos a situaciones desagradables con tal de insistir todos en su cabezonería.


Nada más sano que recoger cable a tiempo y este fue el caso del ya veterano Elton John, alguien que lo fue todo en los 70 y que, a base de publicar discos insulsos en parte de los 80 y 90, casi logra auto sepultar una trayectoria cautivadora en sus quince primeros años de actividad.


Enamoró a medio mundo con Your song y, disco a disco, fue dejando un reguero de éxitos combinados con calidad sin parangón. Desde su admiración por lo americano en Tumbleweed Connection, el brillante Honky Château, el autobiográfico Captain Fantastic, pasando por la maravilla multicolor de Goodbye Yellow Brick Road o su ultimo gran disco de los ochenta, Too low for zero, Elton pareció encarar esa década con energía. Pero fue registrando trabajos cada vez más indolentes y entrando en una espiral de conformismo musical tan alarmante como decepcionante para los que creíamos en el genio de ese pequeño portador de sombreros estrafalarios y gafas extravagantes.



Acercándose el nuevo milenio, quizás espoleado por sus giras con otro grande, Billy Joel, y su inesperado éxito con la BSO de El Rey león, tuvo que ser un trabajo del entonces joven promesa Ryan Adams, Heartbreaker, el que lo instigó a retornar a sus raíces, pariendo uno de sus trabajos más estimables.


En Songs from the west coast (2001) retornaba, sobre todo, al piano acústico. Pero también volvía a contar con viejos conocidos, como Paul Buckmaster en los arreglos, o su clásico y enguantado batería Nigel Olsson. Y de esta forma compuso, con la ayuda en la lírica de su alter ego Bernie Taupin, un manojo de canciones que merecerían formar parte de cualquiera de sus viejos vinilos. Destacaba la beatelesca I want love, con su mágica progresión de acordes, pero también había lugar para la indignación en American Triangle, homenaje a un homosexual cruelmente asesinado, o la crítica a la falta de apoyo en la lucha contra el SIDA de ciertos gobiernos norteamericanos en Ballad of the boy in the red shoes. Pero si algún tema de ese disco me emociona hasta el atisbo de lagrimilla, esa es la conmovedora This train don’t stop there anymore que cierra el disco.



La vida, la de Elton y la nuestra, es como un tren en movimiento que no vuelve a parar nunca más en la misma estación, así que aprovechemos cada minuto, y no malgastemos nuestro tiempo en estériles discusiones.




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