Los rehenes del balonmano almeriense

Francisco García Marcos
14:00 • 17 dic. 2018

Cuando ganaban –y lo han hecho muchas veces- lo primero que sacaban era la bandera de su Almería, para exhibirla con orgullo. Me refiero a la generación de balonmanistas almerienses que cerraron la última temporada de su formación en mayo pasado. A partir de esta, la 2018/2019, se han convertido en seniors. Hablo de los críos que fueron plata andaluza en alevines, oro andaluz en infantiles y cadetes, bronce en juveniles, bronce en el campeonato de España. De los mismos críos que, ya dispersos durante la última temporada, se reunieron en junio para disputar la Granollers Cup y causaron sensación. “¿De dónde son?”, preguntaban propios y extraños. “Ah, los de Almería”.  Tenían nombre y se habían ganado el respeto de la gente que sabe de esto, allí, ni más ni menos que en el santuario de este deporte en España.


Mejor dicho, se habían ganado el respeto fuera, pero al parecer no en casa. Estos críos empezaron entusiastas en sus respectivos colegios, para integrarse en la obra social de Unicaja. Una vez desaparecida, Cajamar pasó a esponsorizarlos y, de manera automática, entraron a formar parte del Urci. O mejor dicho, gracias a ellos, y a otros pequeños, el Urci pudo constituirse, disputar sus competiciones, obtener sus logros y, dicho sea de paso, permitir que unos cuantos profesionales vivieran de eso. Gracias a los pequeños, pero también a sus padres, que religiosamente pagaron la formación de sus hijos, a través de cuentas en Cajamar por cierto, costearon los desplazamientos y sufragaron todos los extras derivados de los progresos en las distintas competiciones que disputaban. Como han sido una generación de éxito, pues han tenido muchos extras. Y sí, es cierto, al parecer recibieron subvenciones para viajar fuera o para organizar intersectores. Pero nunca repercutieron sobre los bolsillos familiares que hubieron de sufragar todo eso de igual manera, como si nadie hubiera aportado nada.


Durante los tiempos de gloria, la visita a las instituciones públicas y a los medios de comunicación parecía casi un peregrinaje rutinario. Con todos los honores, Almería estaba orgullosa de sus pequeños. O eso parecía de nuevo.



En la temporada 2016/2017 surgieron nubes oscuras en el horizonte, que resultaron ser profusamente tormentosas. Urci empezó a adoptar prácticas extrañas, cuando no directamente cuestionables. Algún crío cayó lesionado de gravedad en septiembre de ese año. Ante la ausencia del seguro médico preceptivo durante la pretemporada, la familia se hizo cargo de su intervención. Todo el mundo conocía esa irregularidad, federación incluida. A pesar de todo, la vida continuó, como si nada.


No por mucho tiempo. Mediada la temporada se produjo el gran cisma, que condujo a la fundación de otro club en la capital, Bahía de Almería, que pretendía hacer las cosas de otra manera. Excuso decir que las relaciones fueron más que imposibles, de enemistad radical y sin paliativos.



El último capítulo se empezó a escribir meses atrás y, por desgracia, no tiene visos de que termine. Menos de que lo haga bien. Urci no autoriza que cuatro de esos críos, ya seniors, jueguen en Bahía, sin el pago de los derechos de formación correspondientes, por más inverosímil que parezca. La formación ya está más que pagada, durante todos los años anteriores, temporada a temporada. El caso es que la Federación Andaluz de Balonmano se atiene a una interpretación particular de la ley y no hay vuelta atrás. Traducción: los críos, por quienes sus padres han pagado religiosamente todas las temporadas, a quienes no han cubierto siempre cuando se ha lesionado, es como si hubieran estado en La Masía.


Un club modesto como Bahía no tiene para hacer frente a ese gasto. Entre otros motivos porque el brillante historial que han acumulado estos críos se les ha vuelto en su contra. Resulta que ahora son oficialmente muy caros, por culpa de todo lo que han ganado, de las veces que han formado parte de selecciones provinciales, autonómicas o incluso nacionales. A pesar de todo ha habido padres que han querido comprar de su bolsillo la carta de libertad de sus hijos. No dejaba de ser una forma de continuar con lo que estaban acostumbrados a hacer durante años: pagar por el deporte de sus hijos. Urci sin embargo rehusó. Parece que no era cuestión de dinero, sino de que los muchachos, los mismos que tantos títulos le habían dado, se quedaran sin jugar. Conclusión: ha empezado la temporada y los críos están parados, vestidos de calle en los partidos.



No me puedo creer que a una generación que ha dado tanto la estén dejando sin jugar, por disputas directivas que a ellos no les conciernen. Me puedo creer aún menos la pasividad de todos ante una situación manifiestamente desorbitada, abusiva y gravosa para los jugadores, quienes no son responsables de conflicto alguno. Cuando ganaban la federación y las entidades, tanto públicas como privadas, los recibieron con la más festiva de sus caras. Bien, ahora toca poner la otra mejilla, la más severa. Ahora es el momento de ayudarles, de que en su tierra les reconozcan el respeto que les tienen fuera. Porque es de justicia. Pero sobre todo porque se lo han ganado, donde se lo tenían que ganar:  en la pista. Estos niños tienen que jugar. Ya



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