El doctor Custer en La Moncloa

José Fernández
14:00 • 16 dic. 2018

Creo que fue la ministra Celaá la que, no se sabe bien si en un descuido de sinceridad o en un alarde de desahogo (circunstancias ambas censurables en un portavoz gubernamental) la que dijo eso de que la obligación de todo gobierno era mantenerse. Pero claro, lo de aguantar hasta el último hombre y la última bala, emulando el cuarto de hora final de vida del general Custer, está muy bien para la épica cinematográfica, pero no termina de irle igual de bien a la gestión de un país habitado por cuarenta y seis millones de criaturas y afectado por severos problemas. Así las cosas, estamos viendo a un presidente transformado en el Doctor Custer, con una mano en la bandera del regimiento y con la otra apuntando cuidadosamente los últimos cartuchos de su revólver mientras a su alrededor galopan enfurecidos los indios. La última actuación parlamentaria del Presidente evidenció su falta de pegada ante el monumental repaso que le dieron a cuatro manos entre PP y CS y, lo que para él debe ser bastante más doloroso, la ruptura del famoso bloque de variopintas sensibilidades agolpadas en torno al objetivo de sacar a Rajoy de la escena política española. Ya no hay arrumacos, ni sintonía, ni afecto y ni tan siquiera solidaridad con quienes antepusieron el odio al PP a la lógica necesaria para ensamblar un “coupage” decente que no supiera a Viña Ardores. Sin presupuesto, y sin futuro aparente, la peculiar mezcla ya no tiene ni retrogusto a jarabe democrático, que era el modo en que los podemitas llamaban a los escraches hasta que los escracheados han sido ellos. En todo caso, con el crédito -y presumiblemente la moral- por los suelos, parece difícil saber qué más necesita el pasajero del Falcon para cumplir su vieja promesa de convocar elecciones en cuanto la cosa se pusiera de color imposible. Y su tragedia es que cuanto más tarde, más se le desangra el partido. Ni Zapatero fue capaz de causar tanto daño. 






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