“Era un hombre que liquidaba a sus enemigos con las manos de sus enemigos, y que nos obligó a nosotros, que él llamaba abiertamente imperialistas, a enfrentarnos con los imperialistas. El encontró a Rusia con arado y la dejó equipada con armas atómicas.” Eso es parte del retrato que Winston Churchill hace del líder soviético Stalin en sus memorias, valorando así -al menos en público- la capacidad personal de quien había supuesto una parte vital del esfuerzo necesario para acabar con el nazismo en Europa. Menciono la parte pública del medido elogio porque luego en privado echaba sapos y culebras de ese cabrón de siete suelas (eso es una licencia personal) que le llevaba frito en todas las conferencias. Nadie alberga dudas de la mutua animadversión política y personal que podían tenerse el hijo de un lord británico y el hijo de un zapatero alcohólico de Georgia, pero tampoco nadie duda de que su colaboración, al margen de los recelos, resultó clave para que usted esté leyendo hoy un periódico en un país libre. No siempre se tiene que estar de acuerdo en todo con quien se está de acuerdo en lo principal. Valga el ejemplo ahora que se escuchan voces que claman por la exclusión de cualquier acuerdo post electoral en Andalucía de partidos que no terminan de tener un programa lo suficientemente aseado en términos de centralidad y moderación. Pero lo más curioso es que quienes elevan más alto la voz en este sentido son los mismos que no han dudado en cerrar acuerdos de gobierno y mociones de censura con partidos que muestran su simpatía por grupos terroristas, reniegan de la Constitución, proponen romper la unidad de España y tienen la suficiente chulería como para convertir el parlamento en la escupidera de su histrionismo. Con esos no hay ningún problema de hablar. Con otros, cordón sanitario. Pues a ver si se enteran ya que esa permanente e irritante doble vara de medir es una de las razones por las que irrumpen con fuerza esos partidos.
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