El cine nos engaña

Antonio J. García, Ché
07:00 • 15 nov. 2018

A menudo albergamos la sensación de que el cine nos instruye, de que aprendimos a besar o a amar en la gran pantalla mimetizando sensaciones y emociones aún no experimentadas. Pero el cine, la literatura o el arte no representan la realidad, no dejan de ser abstracciones de la misma realizadas por creadores que acentúan los aspectos más convenientes para su fin. A veces esto parece no quedar claro y Roberto Saviano, en su obra Gomorra, nos ilustra cómo al empuñar las armas de lado, a la manera de las películas de Tarantino, los sicarios actuales han perdido efectividad a la hora de cometer sus fechorías. Basta comparar la impresionante planta de Kris Kristofferson en Pat Garret and Billy The Kid, dirigida en 1973 por Sam Peckinpah, con el andrajoso aspecto de William Henry McCarthy, el auténtico Billy el Niño, para comprender que el cine nos engaña y, aunque siempre habrá alguien que presuma de lo contrario, el sexo no se parece en nada a las andanzas de Rocco Siffredi.



Si existe un género que haya aportado uno de los iconos más reconocibles del siglo pasado, con su época de esplendor durante la Guerra Fría, es el de espías: gabardina, sombrero, gafas oscuras, etc. Traiciones, decepciones y dualidades componen por definición los fundamentos del género. El imaginario popular nos transporta a la Stasi (RDA), el órgano de inteligencia de la República Democrática Alemana, y a obras como El espía que surgió del frío de John Le Carré, y su adaptación cinematográfica, con un apuesto Richard Burton en el papel de Alec Leamas. El espía se presenta, por antonomasia, como un ser elegante, inteligente y seductor. Por eso, acostumbrados a Matt Damon, Sean Connery o Tom Cruise, uno solo puede sufrir una inmensa decepción al ver la estampa cutre salchichera del comisario Villarejo en los medios de comunicación. 



Fue el hoy expresidente del gobierno socialista Felipe González  quien afirmó: el Estado de derecho se defiende en las tribunas, en los salones y, también, en los desagües



Las cloacas del estado parecen haber alcanzado tal nivel de podredumbre que la inmundicia rezuma por las alcantarillas. Aparte de no entender cómo esta persona ha conseguido inundar de alpechín todos los estamentos de la sociedad, cabe preguntarse cómo es posible que tras años dedicándose a trapichear y chantajear a políticos, jueces, fiscales, y personajes de toda índole, nadie se atreviera a denunciar a un tipejo que ni de malo habría tenido cabida en una peli de James Bond.







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