Dando clase en los pasillos

Corriendo el riesgo de autoplagiarme en un porcentaje elevado, insistiré hoy en un asunto sobre el que he escrito ya en alguna ocasión y en el que, por desgracia, no advierto síntomas de mejoría o ajuste, sino más bien de todo lo contrario. Me refiero a la insistente manía de la Junta de Andalucía de situar su discurso en un plano paralelo a la realidad cotidiana, construyendo una materialidad inexistente en la que todo es perfecto, sensacional, transversal, ecofeminista y sostenible. 

Algo que, por otra parte, no es nada nuevo, como bien saben los que alguna vez oyeron hablar del peruano valle del Jauja, clásico ejemplo de prosperidad y abundancia. Hace unos días estuvo en Almería la Consejera de Educación, Sonia Gaya, que aprovechó el inicio del curso para expandir, rodeada de sus adláteres y adláteras locales, las excelencias de la política educativa de la Junta: que si más profesores, que si “esfuerzos ingentes” (esa fue la expresión empleada), que si estrategias digitales, que si esto, que si lo otro, etcétera. Un panorama de logro y progreso que, de ser real, haría prácticamente imposible que año tras año la educación impartida en Andalucía esté a la cola de los sistemas educativos europeos, tal como demuestran los resultados de los informes evaluadores PISA. Pero la realidad avanza de manera paralela a los discursos oficiales, sin cruzarse jamás. Y no es que volvamos a decir que Almería es la provincia andaluza con más barracones en lugar de aulas, sino que a veces una caracola es una infraestructura de lujo para algunos colegios. En el IES Carmen de Burgos, en Huércal de Almería, los alumnos de bachillerato están dando clase en escaleras y pasillos por falta de espacio. La primera reacción de la Junta fue decir que eso era mentira y, después de que se vieran las fotos, que aquello era “algo puntual”. Supongo que lo siguiente será decir que estoy atacando a la educación pública porque quiero favorecer a las escuelas elitistas y privadas. Así están las cosas.