Primarias con gol fantasma

La final del Mundial de 1966 entre Inglaterra y Alemania será siempre recordada por el gol fantasma que, en la prórroga, permitió a los ingleses alzarse con su, hasta ahora, único título mundial. Un balón disparado por el delantero Hurst pegó en el larguero y botó cerca de la línea de meta, lo que bastó para que el árbitro, un suizo que estaba loco por no amargarle la fiesta a los anfitriones, concediera uno de los goles más desvergonzados de la historia del fútbol. El balón no había entrado, pero las gradas del estadio londinense de Wembley, que apenas dos décadas antes habían visto caer allí las bombas de la Luftwaffe alemana, fue inmisericorde con los visitantes. “Dos guerras y una copa del mundo”, cantaban entre risas. El atraco a la selección germana, en la que entonces empezaba a despuntar un joven centrocampista llamado Franz Beckenbauer, fue de los que hacen época. Naturalmente, esto no sería hoy posible gracias a la aplicación del VAR (Video Assistant Referee) que es sin duda uno de los protagonistas del Mundial que se diputa en Rusia. Y aunque somos muchos los que consideramos que esta aportación técnica resta ritmo y emociones al juego, lo cierto es que su aplicación aporta al deporte el territorio de certeza que se pierde en la inmediatez del error humano. Si el VAR hubiera estado operativo aquella lejana tarde, el portero alemán Tilkowsky no habría pasado el resto de su vida defendiendo obsesivamente que aquel balón jamás llegó a entrar en su portería. Les cuento esto después de que una facción de los socialistas almerienses pidiera el VAR para analizar sus elecciones primarias, dado que hubo jugadas más que dudosas. Pero cuando los árbitros están por no amargarle la fiesta al que no se la tienen que amargar, al final da igual un silbato que un monitor. A Inglaterra nadie le quita ya ese Mundial y el PSOE almeriense tiene ya su cartel electoral. El partido ha terminado. Destrozado, pero ha terminado.