Otra forma de entender el mundo

Mar Verdejo
00:30 • 09 jun. 2018

A veces atravieso el desierto de puntillas para adentrarme al interior de la Península, a lugares donde el mar no alcanza, porque dicen que hay una maldición que el mar lanza a las personas que nacen junto a él. Cuando se entera de que te has ido dice: “¿Cómo osas a irte sin mi permiso?”.Y te entra una gran añoranza para volver a sentirlo cerca y poder sumergirte entre sus aguas. Así que llegar a la capital de España, por ejemplo en tren, es sólo para las personas valientes, para las intrépidas de corazón e indomables como el viento del Parque Natural Cabo de Gata-Níjar. 


Cuando bajas del tren, con la mochila al hombro, percibes en la ciudad una velocidad de corazón que no nos pertenece. Todo el mundo corre, sin saber por qué. El aire se hace irrespirable: viven dentro de una nube negra de contaminación. Enormes edificios de hormigón, grises y sin vida, hacen que sean totalmente dependientes de alimentos y energía. Y si subes al metro observas a la gente con la mirada perdida, enferma e incluso desesperada. 


Me pregunto mirándolas: ¿Estarán gozosas estas personas? ¿Recuerdan que también son Naturaleza? Y cuando me preguntan de dónde soy, orgullosa contesto que soy hija del desierto azul, del mar y el salitre. Mi amiga y directora, María José Parejo Blanco, del programa medioambiental de RNE, Radio 3, “El Bosque Habitado” me dice siempre: “Vives en las vacaciones”, porque la mayoría de estas personas vienen de vacaciones al lugar en el que nosotras habitamos. Lo consideran un paraíso, el lugar donde les gustaría y sueñan habitar.



Cuando regreso a casa, mirando el horizonte de la Bahía y los lugares de mi infancia, entiendo que hay otra forma de entender el mundo; y como estamos acostumbrados no lo apreciamos ni valoramos. El caminar sin prisa, con tranquilidad, amar los paisajes donde la Naturaleza es la protagonista. Nuestras aguas cristalinas y playas paradisiacas. El esfuerzo de las personas que lo habitan durante toda su historia para conseguir agua, alimento, refugio y vestimenta. Los aljibes, salinas, eras para trillar los cereales, las barcas varadas esperando a que cruce un banco de peces y las aves que nos visitan, son ejemplo de ello.  

El ciclo de la vida se presenta en diferentes lenguajes y las estaciones, los vientos y las mareas nos van moldeando el paisaje y el carácter sin apenas percibirlo. Nos hemos acostumbrado a lo que nos rodea, nos hemos desconectado de la sabiduría de los pescadores, campesinos y pastores. No podemos olvidar que todas las personas somos Naturaleza, así que tenemos que aprender a respetar nuestra relación con el resto de los seres vivos. Andar vigilantes porque nada es lo que parece, y si tenemos una mirada adiestrada, sensible y atenta nos conmoveremos con la belleza de lo pequeño y no tan pequeño: la luz, las montañas y el mar son el envoltorio perfecto para todos los seres vivos y silientes que habitamos en Cabo de Gata. 



Si conseguimos tener amor a la vida nos repercutirá en la inteligencia, en las emociones, la creatividad, el sentido estético de la expresión verbal y, sobre todo, la curiosidad. Somos afortunados y afortunadas de vivir en un Parque Natural, en un paraíso que nos hace entender de otra manera el mundo y hacernos preguntas como éstas: “¿Cómo se formó el mar? Y pienso que quizás sean las lágrimas de las ballenas. ¿Al verte y al abrazarnos nos convertiremos en sal?” Mientras las contesto con mi mente perdida en nuestro paraíso escribo en mi cuaderno sin cuadritos: “Me sumerjo/ en un mar verde y profundo/ para mantener mi corazón con el tuyo. / En mis sueños tranquilos/ te he encontrado/ y he liberado mi alma en el mar.” 





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