La campana Cencerrona

José Luis Masegosa
22:44 • 22 abr. 2018

En aquellas mañanas sabatinas, bajo la cúpula cuevana de la iglesia seminarista, las voces infantiles aprendían a modularse en las clases de música con la conocida pieza de “La torre de mi pueblo no la puedo olvidar...”. La letra de aquella popular partitura henchía, en algunos casos, los impolutos corazones, de añoranza y nostalgia, que viajaban con la mirada a la torre  de cada uno de los alumnos. Todas eran diferentes, cada una tenía sus peculiaridades, sus historias y sus encantos, pero todas compartían un nexo común: albergaban sus respectivas campanas, que marcaban la vida de cada uno de los pueblos de procedencia de aquel ramillete de ingenuos niños a quienes pretendían mantener alejados del mundo, del demonio y de la carne. A veces, las voces angelicales del coro eran solapadas por las primeras composiciones de quienes bajo la nominación de “Los Puntos” pondrían, durante décadas, el nombre de Cuevas del Almanzora en el mapa de la música pop. 


Aquellas torres tenían una ubicación geográfica distante, arquitectura diferente, fechas de nacimiento distintas, pero guardaban un tesoro –que ahora, merecidamente, quieren convertir en patrimonio inmaterial de la Humanidad-, el tañer manual de sus campanas. Una actividad ejercida por los campaneros que, desafortunadamente, ha desaparecido en muchos lugares a manos de la mecanización y electrificación de los campanarios, que ya no repican igual y han reducido a la mínima expresión, cuando no extinguido, el rico repertorio de toques y repiques. 


El campanario de la Basílica de mi pueblo, que es testigo vivo de toques tradicionales – a rebato, vísperas o ánimas, difuntos o pino, nublo y Ángelus, entre otros - conserva tres lustrosas campanas; una – Nuestra Señora de las Mercedes- datada en 1779,  otra –Jesús, José y María- fechada en 1882, y una tercera – Nuestra Señora del Carmen-, conocida como la pequeña, por su dimensiones más reducidas, es coetánea de la primitiva iglesia de la Sagrada Familia o Ermita Vieja –siglo XVI-.  Los tres avisadores comparten campanario con el reloj de la Villa, cuya maquinaria fue adquirida al municipio de Vélez Rubio por dos mil reales. La campana pequeña se despidió definitivamente de su espadaña en los años sesenta a raíz de la transformación del templo que la albergaba en un cine. Al contrario que las dos primeras campanas, que tras salvarse de la fratricida contienda de 1936  prosiguieron en sus respectivos yugos, la tercera y más pequeña anduvo peregrina, allá por los años setenta del pasado siglo, por las calles del pueblo con una función que jamás campanero alguno soñara. Ni tocó a rebato, ni a vísperas, ni al Ángelus. Con el yugo portado sobre un madero entre varios y alegres vecinos, el badajo no cesó de golpear el labio del instrumento durante una larga y festiva noche en la que una numerosa comitiva vecinal, incluidos el alcalde, el médico y otras dignas representaciones del pueblo, dedicó a una ilustre hija la más sonora cencerrada habida en la comarca. Desde entonces, a la pequeña se le conoce como la Campana Cencerrona.






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