Diez microrrelatos para el Día del Libro

Diez microrrelatos para el Día del Libro

La Voz de Almería
01:00 • 24 abr. 2013

Para celebrar el Día del Libro, LA VOZ ofreció en su edición impresa de ayer martes diez microrrelatos en exclusiva de autores vinculados a Almería que hoy reproducimos en la versión digital.



Paco Bezerra
Almería (sueño que tuve de niño)
Tiene Almería, en el cielo, dos trozos de pan dormido: uno amarillo y brillante, oro que flota en el aire, y otro de pena y olvido. Hay en mi casa un desierto. Hay en mi cuarto un olivo. La luna se ahorcó esta noche. Mi padre acostado en su cama y yo en la mitad del pasillo. Sueño en la noche cerrada, flor que se muere de frío, hombres que salen volando, ángeles negros llorando sangre en la boca del río. No hay quien detenga la historia. Una flor y cuatro piedras, dos manteles y un cuchillo, perros ladrando en mi puerta: miedos que tuve de niño.



Mar de los Ríos
Amanece
Voy caminando por la coronación. El mar se refleja en mi sobrepiel; quietud balsámica como corresponde al puerto. Paro a coger resuello, apoyando mis manos sobre las rodillas. El sudor frío moja mi vestimenta de nubes.

Entre el anhelo, me sonríe la estatua. Acaricio con un ala al barrio por el que se accede a ella. Puedo oír el rebullir horizontal apurando el sosiego. Continuarán filtrando el mar.

Y sigo avanzando. Yo había quedado con otro áNgel en esta torre mora. Ya le veo, me espera en la almena cuatro. A ver si entre los dos, hoy cae algo bueno.



Raúl Quinto
Memoria
El Sol se derrama violeta sobre el mar y una luz pequeña moldea 142 columnas blancas. Es un bosque extraño. También hay un denso olor a orina y cristales rotos. Alguien ha extendido una madeja de hilo rojo entre cada una de las columnas: una trama laberíntica, una tela de araña para atrapar los gritos de Mauthausen, y que ese horror se quede ahí para siempre. Eso dices. 142 columnas con un nombre dentro. Un hechizo así se lo puede llevar un mal viento, te digo. Cierto, pero la magia de este cielo, pero este violeta.



Luna Miguel
Eurocrepúsculo
Eran los minutos más importantes a los que habíamos asistido en toda la historia de la ciudad desér­tica. Caía la tarde. El momento se acercaba. En los televisores comenzaba la sintonía de “Eurocrepúsculo: la mejor puesta de sol del continente”. El Ayuntamiento tuvo la idea indiscutible de que nuestros anfitriones en tal gala serían José Ángel Valente y Pepe Céspedes. Sus voces sonarían desde Lisboa a Moscú defendiendo esa esfera imponente que al fin descendía. “Mira, Pepe, mira qué herida de Dios”. Sí: apagándose como nunca, cual raf espachurrado. “Pero qué calidadeh”, contestó el poeta. Y no cabía duda: habíamos ganado.



Antonio Serrano
El camino
Se afanaba inútilmente y tan sólo conseguía arañar la madera del techo. Imposible: le faltaban milímetros. Tras muchos esfuerzos fracasados, el hombrecillo, con las uñas ensangrentadas, subido en una hoja de periódico para ser más alto, pudo al fin alcanzar la luz que había en lo alto del armario. Si no feliz para siempre, la depositó en las manecitas frágiles del niño galo, que lo miraba agradecido. Los dos pudieron así seguir el camino de miel y espinas, pero siempre de esperanza.



Juan Manuel Gil
La mudanza
Me he vuelto a mudar. Es la séptima vez que lo hago en los últimos diez años. Treinta y cinco cajas de cartón atestadas de libros y revistas. Seis estanterías de seis lejas con sus correspondientes altillos. Poesía, narrativa, ensayo y teatro. Cuadernos escritos y por escribir. Catálogos de arte. Pruebas de imprenta de algunos buenos amigos. Semana y media para clasificarlo todo bajo tres criterios: tipo de volumen, género y autor. Carpetas hinchadas de anotaciones y recortes de prensa. Periódicos en los que escribo de vez en cuando. Y un libro electrónico que ahora no encuentro por ningún lado.



Bruno Nievas
Sangre de la tierra
Ni la ventisca ni los sesenta centímetros de nieve que le llegaban hasta las rodillas ahogaron el ruido del hielo, crujiendo bajo sus pies. Un sonido que electrizó sus huesos y le paralizó el corazón. Samuel se detuvo en seco. Él era del sureste de España, pensó, no estaba acostumbrado a caminar sobre esas jodidas placas de hielo bajo las que solo había océano. Helado, por supuesto. Tembló pero no de frío, y vio en los ojos de Green lo mismo que él debía de estar sintiendo. Apenas pudo abrir la boca. El mundo pareció subir. Fue rápido. Pero doloroso.



Miguel Ángel Muñoz
El diputado justo
El hombre justo, diputado por la provincia, acicalaba ante el espejo su rostro maltrecho. La decisión estaba tomada. Pero antes le convenía reconocerse, encontrar en sus rasgos señas de aquel que vivió el otro mundo. Cada una de sus arrugas la había provocado el apoyo a un decreto, la autorización de tantas comisiones, su índice pulsando el sí a las leyes del Partido. Ahora, lo que quedaba de él, su orgulloso porte de hombre justo, perfumado y bien vestido, se disponía a enfrentarse a la turba de fieras armadas que lo aguardaban en la calle, ansiosas por devorar tan elegantes despojos.



Juan Pardo Vidal
Lencería rosa
Lo raro no es que después de tres porros me diera por robar en una lencería, en vez de hacerme una gasolinera o una farmacia, ni que Rosa, la dueña, tuviera un bate de béisbol debajo del mostrador y me atizara fuerte en la espinilla y sonara a caña rota antes de quedarme allí tirado como un perro. Tampoco es raro que cuando llegó la policía en lugar de acusarme les dijera que yo la había salvado de un atracador, y me acompañara en la ambulancia camino de Torrecárdenas y se quedara a vivir en mi vida, o yo en la suya. Lo raro es que a mí me parezca genial.



Ana Tapia
La verdad desvelada
Julio Verne dijo que la entrada al Centro de la Tierra estaba en un volcán de Islandia, pero lo hizo solo para ocultar su verdadero emplazamiento: el Cable Inglés.

Dicho esto, no se molesten en buscarme.








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