‘Múltiplos del yo’: el mejor autorretrato de Rodrigo Valero en el CAF

La muestra del fotógrafo almeriense, disponible hasta el 23 de enero

Una de las obras de Rodrigo Valero en el CAF.
Una de las obras de Rodrigo Valero en el CAF.
Ramón Crespo
20:59 • 20 ene. 2022

Almería es tierra de fotógrafos, Cecilio Paniagua, Jorge Rueda, Manolo Falces, Carlos Pérez Siquier, o un todavía desconocido Jesús de Perceval, fueron maestros de la cámara, en una Almería de luz y paisajes primigenios. Su legado es patrimonio de los fotógrafos almerienses más jóvenes, independientemente de su estilo, sean conceptuales, líricos, eclécticos, etc. La sombra de los maestros sigue dando cobijo a todos. El Centro Andaluz de la Fotografía, CAF, por tantos motivos fiel estandarte de nuestra ciudad, descuidó durante demasiado tiempo a esa nueva generación de fotógrafos almerienses. Y es cierto que no tuvieron ningún espacio entre las magníficas exposiciones que durante más de dos décadas allí se programaron. Los almerienses nunca hemos sido, como lo han sido en otras partes de Andalucía, defensores de lo propio, pensamos equivocadamente que lo ajeno es siempre más importante que lo nuestro. Pero como dicen “nunca es tarde si dicha es buena”, hasta el 23 de enero pueden ver en las salas del CAF las obras de Marina del Mar, Rodrigo Valero, y la colaboración entre el poeta Raúl Quinto y, el fotógrafo, Pablo Vara.



Hoy reseño aquí la exposición que presenta Rodrigo Valero, 'Múltiplos del yo', en la primera planta del antiguo Liceo. Valero es un artista inquieto que tras un recorrido por la pintura y la escultura (es licenciado en Bellas Artes) ha encontrado en el lenguaje fotográfico su medio de expresión. Su trayectoria como fotógrafo no ha sido fácil, paisajes y sobre todo retratos (la última exposición suya creo recordar que fue Introspecciones, en 2015, en la Universidad de Almería) preceden en el tiempo a esta obra que a mi juicio supera en calidad sus trabajos anteriores. La idea y realización de 'Múltiplos del yo' surge en plena pandemia, cuando el artista estaba confinado en su casa. Entre las cuatro paredes del salón, en una habitación, o en el pasillo, y sin más decorados que una soledad no elegida, nace este proyecto ambicioso como hacía tiempo que no se veía otro igual en el CAF. La representación del sujeto desdoblado en múltiples situaciones se ejecuta con la maestría que da el oficio y la inspiración. El artista confiesa que durante la gestación de esta obra tenía dificultades para discernir entre realidad y sueño, abstraído como estaba en la creación.



Lo cierto es que la escenografía de estas 40 imágenes, su particular cuarentena, transforma el espacio cotidiano en una morada creadora. Pero lo anecdótico puede agotarse rápido, eso lo sabe Rodrigo Valero, y por eso su relato, tan fundamental en el arte actual, y por ende en la fotografía, busca trascender los tópicos, confabulándose con los mitos, o reinterpretando iconografías: el martirio de San Sebastián, Narciso mirándose en el espejo, o La última cena, en una suerte de apogeo coral de narcisismo, pero en un ejercicio para doblegar la idolatría del yo. Rodrigo tira de ironía, solo así logra no aburrirnos con tantos yoes encarnados sobre el papel. Movimiento y gestualidad son pilares esenciales de este gran teatro, fielmente representado, de un fotógrafo fotografiado. Sorprende que el artista no haya abocetado siquiera, según sus palabras, ninguna de estas composiciones, a veces abrumadoramente multitudinarias. Su dominio de la técnica, de programas gráficos y de diseño, y su buen hacer creativo, hace creíble la fantasía de los motivos representados. Los orígenes de la cronofotografía, y las investigaciones de Jules Marey, hace más de un siglo, quedan muy lejos de estas obras de Rodrigo Valero que sorprenden por su maestría técnica y al mismo tiempo por su estética, creando en algunas de ellas una atmósfera pictórica. La elección de luces y sombras ayudan a perfilar las mejores composiciones que dialogan con los maestros de la pintura, como también ayuda y mucho la misma constitución del modelo, que se ajusta al canon clásico, cuerpo de atleta. El fotógrafo encarna todos los papeles imaginables y es el creador absoluto, sujeto y parte, autor y actor, verdadero protagonista, y director de la obra. Un caudal de creatividad que lo ha conducido a la mejor versión de un mas que anhelado y necesario autorretrato.








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