Detrás de la pantalla (XXI): Una simple anécdota

Álvaro Hernández
07:00 • 14 jun. 2020

Leí hace poco que el ‘dry martini’ perfecto tiene una receta bien definida: en él, el vermú tiene que ser apenas una anécdota, como tú en el corazón de aquella muchacha que a los catorce fue reina del instituto. Nada. Una gota de vermú en un océano de ginebra. 



Internet está lleno de conocimientos así, inútiles para el día a día a menos que escribas un par de columnas a la semana en prensa o que te abunden conversaciones de esas en las que no sabes qué decir (o, por el contrario, pelees por ver quién suelta el dato más pedante de la velada).



Sin embargo, en la vida real alejada de las pantallas y los unos y ceros hay anécdotas mejores que una buena gota de vermú en un Atlántico de ginebra.



Precisamente, uso el rinconcillo de hoy para contar algo que vi yo con mis propios ojos en la mañana de ayer y que no quiero que quede sin registrar.



Ayer desayuné, corrí y jugué por la calle con Martina. Tiene cinco años, el pelo como para protagonizar un anunció de champú y, muy posiblemente, cuando tenga catorce será reina del instituto y romperá corazones.



Con nosotros iba Dani, ese muchacho padre suyo al que le da igual que llegues tarde o que vuestra amistad sea un cuentagotas que se alimenta de seis meses en seis meses: él te recibe con la misma sonrisa de siempre y como si nada hubiera pasado.



El caso es que allí estábamos, en La Chumbera (si alguien quiere buscarme por alguna cuenta pendiente causada en esta columna, me encontrará allí) y a mí se me quedó grabado un momento concreto.



Martina se peleaba con el papel que envolvía su pajita para poder beberse un zumo de piña y Dani le explicó algo rápidamente: que es mejor romperlo por la mitad, no por un extremo, y tirar fuerte del papel.


Esto, que no es más que una anécdota, dentro de 15 años será la forma en la que Martina se prepare para tomarse una copa, sin saber que esa manía suya de abrir las pajitas así se la enseñó su padre una mañana de junio mientras el mundo se derrumbaba (y nosotros nos enamorábamos). Solo una anécdota, pero de las que quizás hacen historia, como una tarde al sol de una terraza, que puede ser nada o serlo todo.


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