-
Diario de una cuarentena (I): Espío a mis vecinos
-
Diario de una cuarentena (II): Mensaje en una botella
-
Diario de una cuarentena (III): Miedo atávico
-
Diario de una cuarentena (IV): La lista de la compra
-
Diario de una cuarentena (V): El último día en la tierra
-
Diario de una cuarentena (VI): Domingos metafísicos
-
Diario de una cuarentena (VII): La chica del búnker
-
Diario de una cuarentena (VIII): Pura supervivencia
-
Diario de una cuarentena (IX): Un plato de guisillo para tu vecina
-
Diario de una cuarentena (X): El banco de tu pueblo
-
Diario de una cuarentena (XI): Hacer los ejercicios
-
Diario de una cuarentena (XII): Un ciclista en el garaje
-
Diario de una cuarentena (XIII): La Policía del visillo
-
Diario de una cuarentena (XIV): Teoría contra el pesimismo
-
Diario de una cuarentena (XV): La trampa
-
Diario de una cuarentena (XVI): Incursión extraterrestre
-
Diario de una cuarentena (XVII): Romeo de balcón
-
Diario de una cuarentena (XVIII): Secuestro en territorio amigo
-
Diario de una cuarentena (XIX): Un robo en la escalera
-
Diario de una cuarentena (XX): Una carta en el buzón
-
Diario de una cuarentena (XXI): Sofá, chándal y dos kilos de más
-
Diario de una cuarentena (XXII): Una diva confinada
-
Diario de una cuarentena (XXIII): Muevo vasos con la mente
-
Diario de una cuarentena (XXIV): ¿Y si no te vuelvo a ver?
-
Diario de una cuarentena (XXV): A la caza de rayos de sol
-
Diario de una cuarentena (XXVI): Infancias paralelas
-
Diario de una cuarentena (XXVII): ¡Vamos a la playa!
-
Diario de una cuarentena (XXVIII): Grillos en la ventana
-
Diario de una cuarentena (XXIX): El hilo invisible de los afectos
-
Diario de una cuarentena (XXX): Un metro de resignación
-
Diario de una cuarentena (XXXI): Cada uno se consuela como puede
-
Diario de una cuarentena (XXXII): Carreteras secundarias
-
Diario de una cuarentena (XXXIII): Cuando caiga la tela
-
Diario de una cuarentena (XXXIV): Cita a ciegas
-
Diario de una cuarentena (XXXV): La posibilidad de una isla
-
Diario de una cuarentena (XXXVI): ¡Jibia, bravas, mechas!
-
Diario de una cuarentena (XXXVII): El abrazo definitivo
-
Diario de una cuarentena (XXXVIII): Boda en Rodalquilar
-
Diario de una cuarentena (XXXIX): Al final de la escapada
Qué jodido escribir estas líneas. Poner punto y final a un experimento que durante más de ocho semanas me ha sacado de mi zona de confort y me ha puesto frente al espejo de mis contradicciones. No sabía dónde me metía cuando lo afronté y en cada una de las 40 páginas de este diario he luchado contra el miedo. Miedo a ser frívola en medio de una crisis sanitaria que se ha llevado por delante casi 27.000 vidas solo en España. Quien me conoce un poquito sabe que no está entre mis defectos. Solo pensé que la mejor forma de estar en esta guerra era brindando la compañía que yo necesitaba, esa que alivia la carga y se ríe de su sombra como una suerte de resistencia.
Miro hacia atrás y me parece un milagro haber llegado hasta aquí sin más brújula que las historias que me habéis confesado bajito. Ha llegado un momento en que cada vez que alguien me cuenta un secreto añade, acto seguido, “pero no puedes sacarlo en tu columna”. No me extrañaría haberme labrado la fama de chismosa. Habéis sido tan generosos que ya muchos mirabais a vuestro alrededor en busca de esa chispa que, bien prendida, ofrecía el enésimo hilo del que tirar para tejer este gran relato coral.
Este diario me ha traído amistades preciosas y ha fortalecido otras. La diva confinada a la que aspiro a parecerme. Carlos, Ché, Marina, Guille y Rodolfo que, con enorme talento, han ilustrado mis pensamientos antes incluso de que se produjesen. Un lector cero, que no me ha soltado de la mano en ningún momento, con el que he explorado lugares en mí que desconocía como si tal cosa. Como cuando canturreas de modo inconsciente cualquier absurda melodía. (Tututu). Y un lector uno que me ha salvado de algún tropiezo ortográfico sin perder la sonrisa. Ha habido sirenas que me han dado acuse de recibo allá desde el ancho mar. También confieso que he ofendido, quizá porque el que me leía no sabe que para mí estar loco es sinónimo de irreductible. Aunque bien pensado qué puede esperarse de una columna de opinión que no indigna a nadie.
De lo que me he quedado con las ganas es de buscar a aquel viejo que ha salido a sentarse en el banco de su pueblo cada tarde saltándose la cuarentena. No para preguntarle por qué lo ha hecho, para ponerme a su lado sin hacer ruido a contemplar el horizonte. Quizá sea un buen sitio desde el que despedirme por ahora. No descarto contribuir a un rebrote si os echo de menos más de la cuenta.
Consulte el artículo online actualizado en nuestra página web:
https://www.lavozdealmeria.com/noticia/5/vivir/193282/diario-de-una-cuarentena-xl-tututu