Durriya, la feminista que consiguió el voto para las mujeres

Shafiqfue la mujer que logró el final del veto del sufragio universal en Egipto

Durriya Shafiqfue la mujer que logró el final del veto del sufragio universal en Egipto.
Durriya Shafiqfue la mujer que logró el final del veto del sufragio universal en Egipto. La Voz
Óscar Fábrega
07:59 • 20 ene. 2020

En 1956 se aprobó una nueva constitución en Egipto que, por primera vez, reconocía el derecho al voto a las mujeres del país. 



Esta proeza se consiguió gracias a la lucha y a la perseverancia de Durriya Shafiq, toda una Homo insolitus que merece la pena conocer y, de camino, homenajear.



Nacida en Tanta, una localidad del Delta del Nilo, en 1908, Durriya tuvo la fortuna de estudiar en una escuela misionera francesa en Alejandría, convirtiéndose, con tan solo 16 años, en la primera egipcia que obtenía el bachillerato francés. 



Fue entonces cuando descubrió que la educación superior solo estaba permitida a los varones. 



Por esa época conoció a Hoda Sha’Arawi, una aristócrata que había organizado la Unión Feminista Egipcia en busca de libertades sociales para las mujeres y apoyaba la independencia de Egipto de Gran Bretaña. Con solo 19 años, por invitación de Sha’Arawi, dio su primer discurso ante su compañeras de la unión y, gracias a ella, consiguió una beca del ministerio de educación egipcio que le permitió estudiar Filosofía en la Universidad de la Sorbona de París.



Miss Egipto



En el verano de 1935, mientras aún cursaba sus estudios, decidió presentarse al certamen de Miss Egipto, al que solo se podían presentar mujeres cristianas, pero nunca una musulmana como ella. Y lo hizo sin decirle nada a su familia. Llegó a ser finalista, aunque aquello supuso un escándalo del que hasta se hizo eco la prensa.



Pero pronto, tras regresar a Egipto una vez finalizada su carrera, se topó de bruces con la dura realidad. Intentó encontrar un puesto como profesora universitaria, pero, como le consideraban «una mujer moderna», se lo negaron. Eso sí, en 1945, gracias a la mediación de la princesa Chevicar, esposa del anterior rey, Fuad I, consiguió trabajo como editora en una revista cultural, La femme Nouvelle, en la que pudo dedicarse de lleno a hablar sobre la liberación de la mujer en su país.


Con el mismo objetivo, ese mismo año lanzó su propia revista, Bint Al-Nil («hijas del Nilo»), que con el tiempo (1948) se acabó convirtiendo en una organización centrada en la inclusión de las egipcias en el mundo laboral, la educación e, incluso, la política. Entre otras cosas, promovió la alfabetización de las mujeres, creó una agencia de empleo, gestionó programas de ayuda mutua e inculcó valores políticos a sus miembros.


En febrero de 1951 organizó en secreto un asalto al parlamento. Reunió a cerca de 1.500 mujeres en una sala de conferencias de la Universidad Americana de El Cairo, donde se iba a celebrar, supuestamente, un congreso feminista. Pero el objetivo real era ocupar lo que llamaba «el parlamento de la otra mitad de la nación». Y eso hicieron. Paralizaron la cámara durante cuatro horas y consiguieron que los congresistas, todos varones, escuchasen sus propuestas. Sí, se comprometieron a afrontar una serie de cambios, pero aquello quedó en agua de borrajas.


Además, se mostró muy activista contra la injerencia británica en Egipto, llegando a reunir a más de dos mil mujeres que ejercieron como enfermeras durante la contienda que enfrentó a ambos países; o a dirigir, en enero de 1952, una brigada de mujeres para rodear y cerrar una sucursal de Barclays Bank, un símbolo del dominio británico.


Política

Ese mismo año, tras el golpe de estado del militar socialista Gamal Abdel Nasser —que acabó con el reinado del rey Faruk I— Bint Al-Nil se convirtió en un partido político presidido por Durriya. Todo un hito. Centró su lucha en el reconocimiento del voto femenino. Y lo consiguió —aunque solo para aquellas que supiesen leer y escribir— cuando se redactó la nueva constitución, aprobada en 1956, en la que, además, se prohibía cualquier tipo de discriminación sexual y se reconocían los derechos laborales de las mujeres. Eso sí, después de una larga huelga de hambre. 


Gracias a este logro, Durriya se hizo tremendamente popular y viajó por medio mundo dando conferencias sobre la situación de las mujeres en Egipto y en el mundo musulmán en general.


Más tarde, en 1957, volvería a ponerse en huelga de hambre para denunciar el gobierno dictatorial de Gamal Abdel Nasser —que había disuelto el resto de partidos políticos en 1955—. Pero en esta ocasión la reprimieron con dureza: le consideraron una traidora, fue sometida a arresto domiciliario —solo podían visitarle familiares— y acabaron con Bint Al-Nil, en parte porque sus propias compañeras le traicionaron. Es más, en una especie de damnatio memoriae, Nasser ordenó que se borrase su hombre de todos los textos en los que apareciese. 


Desde entonces desapareció de la vida pública. Solo cuando falleció el dictador gozó de cierta libertad, en septiembre de 1970, pero no quiso volver a la esfera política. 


Se suicidó saltando desde el balcón de su casa de El Cairo el 20 de septiembre de 1975. Aunque hoy en día es todo un símbolo de lucha para las feministas musulmanas, en su momento, muchas otras la estigmatizaron, como a otras valientes, al considerarlas mujeres occidentalizadas, subversivas y enemigas de su identidad y de su religión.  Máximo respeto.


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