Delicatessen: Los repudiados de la vergüenza

El jueves pasado ‘Los repudiados’ sacudió el alma en el Teatro Apolo

Momento del espectáculo \'Los repudiados\'.
Momento del espectáculo \'Los repudiados\'.
Mar de los Ríos
07:00 • 01 dic. 2018

'Los repudiados' se trata de un espectáculo de Flamenco y Danza contemporánea, protagonizado por la compañía Varuma Teatro con cinco mujeres, en el que a través del baile se ofrece una visión de uno de los problemas más acuciantes del siglo XXI, los huidos de sus países por falta de paz, por falta de pan.  Y con una música suave, junto con una voz en off, nos informa que en este siglo más de sesenta y cinco millones de personas se han visto obligadas a huir de sus países de origen debido a los conflictos que ha quebrado sus vidas. La cifra más alta jamás contabilizada después de la Segunda Guerra Mundial.



Y las cinco bailarinas comienzan a caminar por el escenario, vestidas de calle, cada una por su camino. En un momento dado se pondrán de acuerdo para que, a través de la danza nos ofrezcan la metáfora de vidas paralelas plenas, armoniosas aunque diferentes, donde todo tiene cabida si la música que suena es la correcta.



Pero de pronto un sonido disonante, insoportable, toma la escena y ellas se descompasan, se aturden y van desapareciendo del escenario cuando los tiros son el crujido más reconocible. Silencio, fundido en negro.



Supervivientes



Queda entonces una bailarina contemporánea en el escenario en completa soledad, mientras una niña con acento árabe y en inglés no va relatando entre sollozos la desgracia de sentirse superviviente. Cómo ella, con quince años, ha visto morir a sus familiares, ha visto romperse su mundo… como llora por su madre. Repite varias veces que tiene miedo. Y yo visualizo los grandes ojos de Ana Frank, recuerdo  su sufrimiento de niña convertido en literatura.  Ella consiguió encontrar vida en cada día más que no eran descubiertos por los nazis en el ático de aquella casa de Ámsterdam. Hasta el final.



Sentirse europeo Habrá otra pieza con la misma estrategia creativa, donde la voz sacada de los noticiaros nos informa que la Unión Europa ha mandado miles de efectivos a nuestras fronteras para impedir que entren todas esas personas que literalmente están huyendo del infierno, lanzándose a una tumba de agua que se llama Mediterráneo. Desde 2015 van ya más de 3.700 personas ahogadas, que no llegaron a ninguna parte, siendo en la actualidad la ruta migratoria más mortal de nuestro planeta.



Y de la música insoportable, va surgiendo el compás flamenco como una especie de esperanza, de quejíos que se agradecen en medio del grito sin letra, que atolondra.  Solo las olas se escuchan como final  a esta pieza en el Teatro, en completa oscuridad… y nos encogemos. ¿Cómo debe de sentirse un ser humano para lanzarse a la aventura de subirse en barcas de juguete, para sentarse en la nada abrazados a sus hijos llorosos y hambrientos?  Da vergüenza sentirse europeo en estos momentos, mucha.



Soledad del refugiado

En medio del espectáculo se representa una pieza preciosa, sin música, donde dos bailarinas dan vida a la soledad del refugiado. Una es la persona que ha huido y la otra es la circunstancia que le va tapando la boca, la manipula como a una muñeca, la trata con violencia de todo tipo, y sin embargo, esa marioneta a la postre quiere seguir viviendo, va en nuestro ADN. Pero la soledad de sentirse apátrida, recorre el escenario como un latigazo en una brillante metáfora danzante. 


Y España qué

Otra vez la voz nos informa que España tenía un compromiso firmado en 2015 para acoger a 17.000 personas procedentes de esos conflictos tan cercanos, tan acuciantes para los Derechos Humanos y tan ignorados. A fecha de hoy solo se hemos admitido a 1.780 personas. Y el flamenco  mezclado con el  rock nos pone en alerta. Las situaciones de esos más de treinta países en guerra han ido a peor en este 2018, a los que, por cierto, les vendemos armas. Se escucha una especie de rap de letra machacona: ¿Qué se hace con ellos?


Dobles perdedoras   

El espectáculo acaba con la voz en off recordándonos el doble drama de ser mujer en países quebrados por la violencia y el hambre, y con la estéril política internacional del siglo XXI como testigo. Además cuando el orden social se marcha las mujeres somos doblemente perdedoras. Se cuenta el desgarrador  testimonio de dos jóvenes amigas. En su caso fueron violadas por el personal de paz enviado por las Naciones Unidas que llegaron a su tierra para ayudarlas. Fundido en negro y el público se queda consternado, no  se espera  un final tan rotundo y tan amargo, la posibilidad no se ha abierto paso. ¿En qué nos estamos convirtiendo?


Esperanza 

Y una camina hacia casa cabizbaja, acordándose del pesquero  español  “Nuestra madre Loreto” con doce refugiados, sin apenas comida y combustible, que no encuentran puerto en el Mediterráneo que les quiera dar cobijo, que sus gobernantes lo permitan. Ah, sí, con tremendo cinismo se propuso un puerto de Libia; se visualiza la diáspora hondureña cruzando México en busca de la compasión de Trump, que ya les espera con los cañones en la frontera de Estados Unidos. Y puedo escuchar con nitidez las letras puestas de pie de  Ana Frank (1929-1945): Qué maravilloso es que nadie necesite esperar un momento antes de comenzar a mejorar el mundo.


Enhorabuena a Varuma Tea­tro por bailar despertando conciencias.  No se me ocurre manera mejor de comprometerse con la Vida en mayúsculas. 


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