Sierra de los Filabres: Los Canos

Descubrimos lugares llenos de vida en el pasado, hoy olvidados, donde el tiempo y la naturaleza intentan acabar con la memoria

Antonio Jesús Sánchez Zapata
11:43 • 12 mar. 2018

Los Canos es una aldea abandonada en lo más profundo de la Sierra de los Filabres dentro del municipio de Serón, cuyas casas estás diseminadas en un cerro situado entre dos escarpados barrancos. La manera más accesible de llegar hasta el pueblo es a través de un sendero que parte desde la barriada de Aldeire, que pertenece al término municipal de Alcóntar. Este camino, en algunos tramos empedrado, es un paraíso natural que discurre por la ribera del Río de las Casillas, que tiene caudal todo el año. 




La Historia de Los Canos se remonta a comienzos del s.XX, debido a las numerosas encinas que había en la zona atrajeron a los carboneros que construyeron las primeras chozas y boliches para almacenar el carbón. Poco a poco fueron asentándose en el lugar, construyendo ya las casas con los materiales de la zona: piedras, pizarra y launa.  Las primeras familias procedían de la zona de Baza, atraídas por las explotaciones mineras de Serón y Bacares. El nombre de la barriada procede del apellido más común entre las estas familias: Cano. De hecho a veces debían pedir dispensa al Papa para casarse entre primos, que en tiempos costaba la friolera de 500 pesetas, una cantidad muy elevada para la época y más para una familia humilde.




La vida en la aldea era bastante dura. Debemos tener en cuenta que no existía ninguna carretera de acceso, y cualquier desplazamiento se eternizaba por los senderos, andando o a lomos de alguna bestia. Se tardaba casi cinco horas en recorrer el trayecto que iba desde Serón hasta Los Canos. En invierno si se partía a las 12 del mediodía, había que subir atravesando otras pedanías como La Jordana, El Marchal del Abogado, La Loma, El Serval y después de varios descansos para que la burra bebiera agua, se llegaba hasta el pueblo ya casi anocheciendo. La mayoría de los hombres iban a trabajar a las minas, y el que no lo hacía se dedicaba a picar esparto, recoger leña, cuidando de los animales o cultivando la tierra. Como muchos otros pueblos aislados, Los Canos era autosuficiente, puesto que había animales, se producía centeno, cebada y trigo que guardaban en los trojes, también tenían hortalizas, patatas, habichuelas, almendros y algunos olivos y árboles frutales. En Septiembre se solía hacer vino en el jaraíz que tenían en las casas, que luego se vendía en los pequeños comercios que existían en Los Canos. Las mujeres se ocupaban de todo lo demás, como la crianza de los niños, alimentar a los animales, cuidar de la huerta y todas las labores del hogar que eran muchas. Una de las cosas más penosas era lavar la ropa, puesto que no siempre corría agua por una acequia que discurría por la aldea, y debían bajar al río. En invierno en ocasiones debían romper el hielo para poder introducir las prendas, y luego tenían que transportarla mojada de nuevo hasta las casas, con el consiguiente aumento de peso.




La escuela estaba situada en la parte más alta del pueblo, donde solían asistir a clase los muchos niños que vivían en Los Canos, ya que cada familia tenía de cinco a ocho hijos, y los maestros y maestras que venían desde otros pueblos enseñaban lo más básico, como lectura, escritura y matemáticas. Era una clase unitaria, en donde se mezclaban niños y niñas de todas las edades, impartiéndose clases mañana y tarde. La matanza era un gran acontecimiento. Se solía hacer los sábados muy temprano. Debían bajar al río a lavar las tripas aunque a veces podían hacerlo en la acequia del pueblo. Tras buscar leña en los alrededores se hacía el fuego donde se cocían la caldera de morcillas. Los domingos se hacían los chorizos y el salchichón y concluía así la matanza que era una mezcla de obligación y devoción. Los bailes se hacían en dos comercios y a veces en las casas, y acudían gentes de otras localidades. La velada era amenizada por vecinos que tocaban el laúd, la bandurria y la guitarra.




El abandono comenzó a gestarse en los años 50 y 60 cuando cierran las minas de Las Menas. Las últimas generaciones nacidas en el pueblo empujaban a sus mayores a marcharse, debido al paro y las duras condiciones de vida, ya que ni siquiera había luz o agua corriente en las casas, y estas colgaban del barranco que estaba tan escarpado que -cuenta la leyenda- los niños eran atados a la pata de la cama por miedo a que se despeñasen, como ocurrió con un cerdo que se escapó y cayó por el cortado al río, y hubo que adelantar la matanza. Los Canos quedó prácticamente desierto en 1968, resistiéndose sólo una familia que poco tiempo después también acabaría marchándose. 




Agradecimientos: Maribel García Sánchez, Herminia Cano Cano, Carmen y Antonia Lorenzo Mateo.






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