La Cata Magistral de Entrefinos dejó la noche a merced de las emociones

Enología, Gastronomía y Flamenco se fundieron en un ejercicio de sabiduría hostelera

La catedral fue el escenario de una velada inolvidable en todos los sentidos. La magia del Patio de la Plaza Bendicho se vio realzada por el duende f
La catedral fue el escenario de una velada inolvidable en todos los sentidos. La magia del Patio de la Plaza Bendicho se vio realzada por el duende f
Jacinto Castillo
12:21 • 03 jun. 2017

Vinos del Marco de Jerez para una noche cargada de emociones. Flamenco, sabores, sabiduría y amistad en uno de los marcos más exquisitos de Almería como es el terrao de la Casa Palacio de los Puche, la actual sede de la Hermandad del Prendimiento. El Patio de la Plaza de Bendicho o de Los Olmos como siempre nombraron a esta casa tantos almerienses. 




La Cata Magistral organizada por Entrefinos demostró  que se puede llegar siempre un poco más lejos. Que hay margen para que los valores apreciables de  la Enología, la Gastronomía y el Flamenco puedan subir un peldaño más en la escalinata de las emociones o tocar fibras más profundas.




Todo ello sin olvidar que el nexo de unión es el depurado sentido de la hospitalidad del establecimiento organizador de esta Cata, Entrefinos, que ha asumido el reto de convertir la hostelería en arte. 




La maravillosa noche del pasado viernes un centenar largo de personas compartieron esta experiencia con la arquitectura de la Catedral de Almería como telón de fondo de esta fiesta de los sentidos que fue la Cata Magistral. El éxito de esta convocatoria se puede traducir en cifras ya que la solicitud de reservas que no pudieron ser atendidas superaron también el centenar.




Pero las cifras no pueden expresar por sí solas las claves de la noche del viernes. Los vinos del Marco de Jerez, en esta ocasión representados por las bodegas Díez Mérito trajeron hasta el auténtico corazón de Almería esa magia antigua y sabia de la cultura enológica jerezana. 




Tras una bella y sentida presentación de Rocío Berenguel, que ha sido arte y parte de esta experiencia,  el director de la cata Francisco Salas, explicó algunas claves de estos inefables vinos: los tipos de crianza, los orígenes del envejecimiento por criaderas y por soleras y las referencias varietales, en su mayoría palomino, pero sin olvidar la uva Pedro Ximénez y la moscatel.




Comenzaron a llenarse las copas de manzanilla Bertola. Esencia de Sanlúcar, con toques de Bajo de Guía y el Coto de Doñana en el horizonte. Sincera y femenina, acompañada por el cante, el toque y el baile por alegrías a cargo del cantaor Ángel Torres, la bailaora Fabiola Barba y la guitarra de  José Ignacio.  Desde Cádiz hasta Almería, el maridaje propuesto por Francisco Morales fue un exquisito y equilibrado salmorejo de tomate raf maduro.




A la manzanilla le siguió su hermano mayor el fino, criado durante seis años en botas de roble americano, con toda su personalidad. El fino es caldo de ferias andaluzas y por eso, Francisco Salas propuso degustarlo escuchando unas sevillanas, acompañadas  de un contundente jamón de Serón firmado por Cortijo la Canata.  El fino y el jamón son un matrimonio siempre bien avenido. 


Le tocó luego el turno al amontillado con el que debutó en las copas la extraña belleza de la crianza oxidativa y sus tonos ébano y cobre viejo.  En la mesa, uno de los bocados que levantaron más entusiasmo entre el respetable: la melva canutera de Almería marinada.


El Palo Cortado fue presentado un vino que no nace ni se hace, “sino que sucede” como describió con acierto Francisco Salas.  El queso de Monteagud le sirvió de pareja, con regusto serrano, atemperado por el cante, por tangos. 
El oloroso fue descrito como “vino de pañuelo”, pues la duración de su aroma es la mejor medida de su virtud. A este vino gallardo que se bebe de frente, le cupo suerte el guiso de jibia y garbanzos que, en aquel terrao, supo a comida de toda la vida,  subrayada por la zambra.


Dulce La dulzura comenzó a ganar terreno con la llegada del pale cream, que abrió el tarro de las esencias, compartiendo paladar con una sopa de melón de Campohermoso.  Y como broche de oro, el Pedro Ximénez, que fue directo al corazón en cada sorbo. La fantasía y el ingenio se fundieron en un postre de tres cremas de chcolate exquisitas. Sólo quedaba despedirse y quedar para la próxima. 



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