En este tren viajan un tomate y un Picasso

El escritor defiende en este artículo la importancia trascendental que la construcción de un Corredor Mediterráneo tiene para el desarrollo cultural de Almería, ta

El concierto del pianista Brad Mehldau, en febrero, fue otro milagro obrado por Pablo Mazuecos y Clasijazz.
El concierto del pianista Brad Mehldau, en febrero, fue otro milagro obrado por Pablo Mazuecos y Clasijazz.
Miguel Ángel Muñoz
01:00 • 12 may. 2017

La reunión empresarial del pasado miércoles, en la que se ha reclamado otra vez, con intensidad cada vez más furiosa, la construcción del Corredor Mediterráneo y unas comunicaciones ferroviarias dignas para Almería, tal vez sea un punto de inflexión. Al menos para que la clase política entienda al fin que Almería tiene que estar en su agenda para algo más que pasar unos días de verano en nuestras playas, tocados con sombreros panamá y disfrutando de la feria mecidos por los antebrazos bronceados de los políticos locales, a los que el foniatra a sueldo del partido les ha recomendado no elevar demasiado la voz, para evitar ronqueras y daños irreparables en las cuerdas vocales.  




Que los empresarios se comprometan en defensa de los intereses generales, entre los que están los suyos, es una noticia magnífica. Ahora mismo, Almería es una potencia agrícola alimentada con comunicaciones por goteo. 




En febrero, el alcalde de Málaga estuvo en Almería instruyendo a nuestros políticos sobre las claves del éxito malagueño. Con tino, puso el acento en la inversión que, partiendo de su vinculación con Picasso, ha llenado Málaga de museos y de actividad cultural. La cultura es el basamento —artificial o no, es otra cuestión— de la ciudad que han elegido mostrar a los demás. Se deduce de la crónica de este periódico que ni el alcalde ni ningún otro político almeriense, en la réplica a De la Torre, recogieron ese guante ni para limpiar el polvo. Nadie mencionó la capacidad de desarrollo económico e industrial que tiene Almería gracias a la cultura.




Tomates, turismo y tapas, las tres tristes tes a las que Almería se aferra con la fe del peregrino. 




Es trascendente recordar que las comunicaciones ferroviarias —por aire no existen comunicaciones, sino atracos que te hacen levitar al subir en avión— no sirven solo para que los tomates recorran mundo, sino sobre todo para permitir a las personas desplazarse con facilidad por este país sin unificar, como ya lo definió John Berger, allá por los 60, en su ensayo sobre Picasso. En esas seguimos. 




Metidos de lleno en una revolución industrial que se llevará por delante la cultura del automóvil, Almería, si quiere comunicarse con Málaga, con Murcia o con Valencia, solo dispone del inútil utilitario. Tenemos casi imposible llegar hasta Barcelona. Si un almeriense quiere visitar las exposiciones madrileñas, las obras de teatro más importantes, un gran concierto, tiene que pedir casi una semana en el trabajo y un préstamo en Bankia, el banco de todos, para organizar la intendencia del viaje.




Necesitamos que se construya el Corredor Mediterráneo y disponer de un transporte digno para que Almería no termine por ser, en lo cultural, algo invivible, y se extienda aún más la sensación, entre aquel que se dedica a la cultura, entre los jóvenes ávidos de ella, de que lo mejor sería huir cuanto antes de aquí. 




Disponemos de una generación talentosa y creativa, en todos los ámbitos, que sufre una nociva sensación de enclaustramiento. Es la misma percepción de lejanía del meo­llo creativo de España que había en los ochenta, con la diferencia de que, a nuestro alrededor, en Sevilla, en Málaga, en Zaragoza, y en ciudades pequeñas cercanas a ellas, las facilidades son ahora enormes. 


La cultura es un motor económico indestructible que funciona como un fractal expansivo y fértil. La riqueza que Lorca regala a Granada, lo que Gaudí hace por Barcelona, no es ninguna broma. El Guggenheim ha transformado Bilbao y, si se calculara el PIB cultural, estoy seguro de que allí ha aumentado tanto como el PIB macroeconómico. 


Pero desde Almería no existe al respecto plan político alguno. No tenemos ni un solo acontecimiento cultural organizado por las administraciones públicas que trascienda los límites de la provincia, de un modo serio y auténtico, más allá de alucinantes discursos triunfalistas y carentes de autocrítica. Proyectos interesantes y necesarios, apoyados en la juventud, como Cinejoven o Costa Contemporánea, anuncian su cierre, faltos de apoyo institucional. 


A pesar de todo ello, el talento bulle. Lo que Pablo Mazuecos está haciendo en Clasijazz, el impagable trabajo de Michael Thomas con la OCAL, o encuentros literarios como las Dulces tardes poéticas, dirigidas por Aníbal García, o la labor de Toño Jerez en La Oficina, por destacar unos pocos ejemplos, demuestran que en Almería hay mucha gente que, desde iniciativas privadas, no se da por vencida, a pesar del desnortamiento institucional.


Necesitamos unas comunicaciones dignas para que nos visiten quienes quieran disfrutar de las fotografías de Castro Prieto en el CAF, expuestas antes únicamente en Madrid. Necesitamos trenes no solo para visitar, sino para que vengan a vernos, para ganar respeto y crear sinergias, esa palabra tan manoseada en los discursos políticos. 


Necesitamos trenes rápidos no solo para llevar y traer tomates, sino también cultura, conocimiento, riqueza interior. Para que nuestros gestores culturales y jóvenes artistas puedan informarse con facilidad y seriedad de lo que se hace en España en todos los ámbitos artísticos y, lentamente, espese un humus creativo que haga de Almería una ciudad culta, viva, estimulante, necesaria. 


A pesar de los cinismos, de la crisis, de la corrupción devoradora, habría que confiar en una idea muy sintética: la cultura sigue siendo antídoto contra la barbarie. Y es una fuente inagotable de riqueza: ácida como jugo de tomate, dura como el mármol, sensual como el sol en el Cabo. Tenemos derecho a alimentarnos con una dieta en la que la cultura y las hortalizas viajen en distintos vagones del mismo tren. 



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