Cuevas del Almanzora

Peluquería de Tarifa Plana

Mohamed Danoun abrió su peluquería en un edificio con vistas a primera línea de lechugas

Mohammed Danoun mientras trabaja en su peluquería. Foto: Ricardo Alba
Mohammed Danoun mientras trabaja en su peluquería. Foto: Ricardo Alba La Voz
Ricardo Alba
07:00 • 09 dic. 2018

A la salida o entrada de Cuevas del Almanzora según se venga o vaya a Los Lobos o Herrerías o La Muleria, por poner, una mancha verde se extiende entre la última hilera de casas y el circuito de motocross. De lejos sugiere una enorme plantación de lechugas. De cerca y sin lugar a duda, son lechugas. Es como un verdemar brillante con pequeñas olas de caballón entre surco y surco arados todos con escuadra y cartabón hasta configurar esas primorosas filas rectas de hortaliza de hoja verdosa que se entroncan en el infinito. Es una mañana luminosa en Cuevas del Almanzora, el sol entra de lleno en Bruselas.




Mohamed Danoun, bereber marroquí nacido en Nador, a tiro de ferry de Almería, recaló hace siete meses en Cuevas del Almanzora tras haber residenciado previamente en Tarragona. Mohamed abrió su peluquería en un edificio con vistas a primera línea de lechugas, una peluquería de nombre Bruselas, limpia, cuidada. Mohamed Danoun aprendió el oficio de peluquero en una escuela profesional de Oujda, preciosa ciudad del noreste de Marruecos que se encuentra a unos quince kilómetros al oeste de la frontera con Argelia y a unos 60 kilómetros al sur del mar Mediterráneo. En la escuela le enseñaron además que el salón de peluquería debería de estar siempre, siempre, igual que cuando se funde el metal en un crisol: una vez el oro está fundido por completo, y antes de que se enfríe, se vierte el contenido del crisol con el oro fundido en la lingotera. Al parecer, dicen quienes lo han visto, no hay nada que produzca una sensación de tanta limpieza y brillantez como ver caer ese chorro de oro fundido desde la vasija al molde. Por lo tanto, en resumen, Mohamed mantiene su peluquería como los chorros del oro.




En los salones de peluquería se habla, quiero decir que mientras te rasuran hay diálogo con el propio peluquero o con el resto de la parroquia e, incluso, con todos. Así, por encima del ‘rbrbrbrbrbrbrbr’ de la maquinilla eléctrica, nos enteramos de que Mohamed acaba de ser padre, tres meses ha cumplido la criatura. Que se vino a Cuevas del Almanzora porque “aquí tengo familia, hermanos…, además, este pueblo es muy tranquilo”, y es que por Alá o por Dios la sangre tira mucho a todo el mundo. En la cristalera del ventanal que da a las lechugas, un único aviso: 5€. Cinco euros, este es el precio que Mohamed pone al corte de pelo y tres euros al arreglo de barba. ¿No es muy barato, Mohamed? “Aquí la gente gana poco dinero, yo prefiero cobrar menos y que puedan cortarse el pelo”.




Hoy es domingo, Mohamed trabajará esta tarde “es cuando la gente puede venir a cortarse el pelo. Yo trabajo más los fines de semana, es cuando tienen tiempo los que trabajan todo el día”. Los colegas, algunos peluqueros de Cuevas del Almanzora, le dijeron que no aguantaría mucho y ya ven, tiene cola de clientes. Trabaja incluso en el Ramadán, aguanta hasta la anochecida sin tomar bocado. Diez horas de promedio al día consagra al trabajo, que no es poco. Ahora, el próximo mes de enero, Mohamed Danoun tomará vacaciones. Se irá a Nador, a la casa de sus padres.




La conversación va, viene, no tiene guion fijo. Igual se habla de que tiene clientela fija como clientes a medias, es decir, los que acuden a la peluquería de Mohamed alternándolo con los peluqueros de toda vida. Un corte de pelo con Mohamed, el siguiente con el peluquero de siempre. Es repartir la economía, amén de no criarse enemistades tontas, de las que no llevan a ninguna parte. Y si se tercia, se parlotea de Marruecos, de Oudja, en uno de cuyos restaurantes me dispensaron una lección abreviada de turismo: felicité a uno de los camareros que nos atendían por su extraordinario quehacer, por sus atenciones en nada comparables con las que acostumbran en estas tierras, donde la mayoría son meros transportistas de platos. Aquel camarero vino a decirme: “si les atendemos bien, ustedes volverán y nosotros necesitamos que ustedes vuelvan tantas veces como puedan”.




Con esta anécdota, Mohamed coge el hilo de Saidía, urbanización de lujo a la orilla del Mediterráneo, conocida como la ‘Perla Azul’. Allí, casualmente, conocí al actual asesor legal de varias asociaciones de afectados por sentencias de derribo de viviendas en el Levante y Almanzora, entre ellas la asociación Abusos Urbanísticos Almanzora NO (AUAN), y uno de los fundadores de la Coordinadora de Asociaciones Pro-Justicia en el Urbanismo (CAJU). Coincidimos ambos en Saidía, este mundo es un pañuelo, cada cual allí llevado por sus respectivos trabajos. A ambos nos fascinó la extensión, las edificaciones del complejo: villas, apartamentos, hoteles… “Zinedine Zidane tiene allí una casa”, indica Mohamed. No se le escapa una.




En un giro sin más, en Bruselas, en la peluquería de Mohamed, se conversa acerca del cumplimiento de los preceptos de las diversas religiones. ¿El resultado?, pues como en todo, unos sí, otros no, y Dios o Alá saben lo que cada cual hace en su casa. Mohamed pregunta al cliente sentado en el sillón si la barba se la arregla con navaja. Que sí, con navaja, que se la rebaje un poquito. El ‘ras-ras-ras’ del afeitado se suma al ambiente de una peluquería con vistas, ya digo, a un mar de lechugas, abierta por un peluquero marroquí plenamente integrado en Cuevas del Almanzora que empezó a los diecisiete años con esto del corte de pelo y afeitado.




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