‘Nuestro Gabriel’, por Fausto Romero-Miura

Gabriel siempre será mi nieto espiritual y lo recordaré con un cariño infinito, insuperable

José Luis Sánchez Teruel
Fausto Romero Miura
01:00 • 12 mar. 2018

Con este mismo título, ayer escribí que el pequeño Gabriel es de todos nosotros: de toda Níjar, de toda Almería, de toda España… Nuestro –en mi caso- nieto, nuestro hijo, nuestro hermano, nuestro sobrino, nuestro primo… 




Gabriel siempre será mi nieto espiritual y lo recordaré con un cariño infinito, insuperable, porque un niño es lo mejor del mundo, lo único imprescindible del mundo: son sagrados, la ilusión, la alegría, la esperanza, la risa, el amor sin límites. 




Y ayer mismo se quebró nuestra esperanza ilusionada y se descubrió lo que ninguno deseábamos. ¿Es justo? No es justo. ¿Es asumible? No es asumible. ¿Es lógico? No es lógico. No es nada, sino una putada. ¡Dios, qué duro! Y qué duro Dios. Y qué injusto y qué ilógico: el reloj de la vida se ha vuelto loco y sus manecillas han girado al revés y la vida ha ido contra sí misma, se ha llevado a sí misma la contraria, se ha negado a sí misma. Me desespero, no lo entiendo, no lo comprendo, no lo acepto, no lo asumo: un crío de ocho años, lleno de vida, de potencialidades, de ilusiones, de futuro, un proyecto de hombre maravilloso que, de golpe, la vida troncha, rompe. Mata, convirtiendo en un invierno desolado la vida de quienes no morimos físicamente con su muerte… Y me siento estafado: a una vida plena e incipiente, la propia vida la ha desviado por un atajo, y yo, viejo y caduco, sigo aquí.




A Gabriel le gustaban los peces. No sé si el que más, Nemo, el divertido pez payaso. Yo, a Gabriel, me lo imagino ahora feliz, me lo imagino, por donde quiera que esté el cielo, jugando con un banco de peces payasos, de todos los peces.
Los peces ángeles… Pero mi rabia sigue, no le perdona, hoy, a esta puta vida su crueldad, que se lleve a un pescaito feliz, sin ninguna gana, él, de salir navegando de esta vida para él tan feliz.




Hoy, nada me consuela.




¡Le quedaba, a él y su familia, tanto camino por recorrer...! Pero -un camino distinto, es verdad- lo recorrerá feliz entre sus peces amigos.




Siento su muerte en el alma, con tormento.




Y, como ayer, le repito a su familia –que también es la mía- que la quiero, y le que me acepten como uno más de ella que sólo quiere que les llegue, como consuelo, su cariño apasionado.


…Y entre la operación de cataratas y las lágrimas que anegan mi ojos, ni sé lo que he escrito. Sólo dolor y amor.


 



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