El genio de Manuel Del Águila

Polifacéctico hombre de su tiempo aficionado a la escritura, la radio, la poesía y la música

Manuel del Águila.
Manuel del Águila. La Voz
Miguel Naveros
00:58 • 14 dic. 2019

El 14 de abril de 1931 vio la marea humana que bajaba por la calle Granada de los barrios obreros hacía Puerta de Purchena para recibir con alegría, canticos y muchas espuertas de esperanza la República. Lo vio desde el balcón de su casa, porque ha vivido desde siempre en una de las esquinas que mejor controla el pulso de nuestra ciudad. Sobre la cestería que hay a la entrada de calle Granada. El balcón mismo frente a la casa de los Bustos es uno de los grandes protagonistas de su vida, un poco el ojo de Scott Fitzgerald colocó frente a la gasolinera de el gran Gatsby. Manuel del Águila habla con gesto de escritor. “Siempre he observado, siempre lo he observado todo, porque me encanta conocer y también porque he vivido una época en la que a veces más valía ver que hablar y observar que destacar. Si es cierto que este balcón lo ha visto todo, mucho más que yo. La alegría de aquel 14 de abril y la que hubo luego, el día que acabó la Guerra, una euforia que resultó falsa, porque la gente, cansada ya de hambre, de tensión, de muertes, creía que había llegado, en efecto, el final de tantas cosas. Pero… Se esperaba más piedad. No se esperaba la represión que hubo. 



Manuel del Águila Ortega (Almería, 1919) ha sido siempre una persona muy especial en el panorama de nuestra ciudad, alguien distinto que da la sensación de haberse adelantado a su época en medio siglo y que habría sido más feliz, inmensamente feliz, ahora: “Feliz he sido, razonablemente feliz, que es a lo que puedo aspirar alguien con conciencia, pero también es cierto que el mundo de hoy me gusta más, mucho más, que el que viví en mi juventud, mejor dicho, que aquel en medio del cual viví, porque lo que fue mi ámbito familiar y más personal habría sido inmejorable. Era profundamente liberal, en toda la amplitud del término”. Manuel del Águila tuvo desde muy pequeño, con dos años apenas, una vida distinta de las que suelen tener la mayoría de los mortales: “Mis padres biológicos, Manuel del Águila Martínez y Dolores Ortega Ferrer, fallecieron cuando yo era muy pequeño y pasé al cuidado de unos íntimos amigos de ellos, Francisco Bracho y Dolores de la Vega, que no tenían hijos, bueno, que habían tenido uno, Manolo, en 1927, pero había muerto. Y ellos me trajeron a esta casa: “Eran gente liberal e ilustrada el comerciante Francisco Bracho y Dolores de la Vega, la hija de un médico malagueño que había sido desterrado de Málaga, antiguo diputado republicano de su provincia y creador de la sociedad La Humanitaria. Dolores había sido educada en las Damas irlandesas y en francés, algo que luego marcaría ha aquel segundo niño Manuel a cuyo cargo iba a estar. 



Manuel tuvo una excelente formación y “el resto lo hizo la vida”. Entre lo de “la vida” no lo menor fue el contacto con sus hermanos, “que venían mucho por aquí, mucho, como a su casa. Ya quedamos tres”.



Manuel tenía veinte años cuando acabó la Guerra Civil y empezó la Dictadura. No llegaba, pues, su juventud en el mejor de los momentos y el joven culto, lector empedernido, refinado, estudioso, heredero del espíritu de un krausismo que salía hecho jirones de la derrota intelectual que supuso el fin de la República y su intento renovador, no podía dedicarse sino a dos cosas, hacer deportes y seguir leyendo: “Tuve una juventud marcada por mi bicicleta, mi playa de San Miguel y de Villagarcía, mis baños y mis libros, siempre mis libros. No había más que eso, hacer deportes y formarse. Yo siempre fui una persona optimista, quiero decir, que busca el lado bueno de las cosas y de la existencia, un hedonista, y como tal viví mi juventud”. Insiste en que no otra cosa era posible en aquella España silenciada y en aquella Almería pequeña donde apenas se podía aspirar a engrandecer la propia cultura y la propia silenciosa meditación.



Y en esto llegó Celia Viñas. Corría el año 43 y la joven profesora mallorquina escogió Almería porque quería una ciudad de mar para vivir. Y en el mar la conoció Manuel del Águila. “Estaba yo en la playa con un grupo de amigos cuando llegó con Fernando Ochotorena. Se cambió en la caseta que yo tenía, en la caseta que he tenido durante treinta y dos años, y al final subimos andando hacía la ciudad: - Yo vivo en el Andalucía-, me dijo. – Pues yo justo enfrente-, le contesté. Eses fue nuestro primer contacto”. Al principio montaban juntos en bicicleta e iban a la playa, nada más, aunque se comentaran otras cosas por la ciudad, pero un día, mientras la profesora Celia Viñas volvía de Santa Fe con sus alumnos, alguien empezó a cantar el Si vas pa´la mar, siguieron todos a coro, y se enteró la mujer que era de él la canción. Se fue directa a su casa: “Por aquí apareció. Me vió al piano y… empezó una segunda fase de nuestra amistad, la musical. Le toqué cancioncillas de Lorca, llegaron mis padres y se quedó a cenar. Vino al día siguiente con una caja de bombones y nos dijo: - Para que me invitéis más”. Volvió muchas veces Celia a casa de Manuel del Águila, una veces a comer “lo que hacía la Tata, mi tata Manola, que ha estado conmigo veintidós años y que le dejaba recados en el Andalucía cuando sabía que el plato de ese día le gustaba”, y otras a trabajar con Manuel. Buscaba para una obra de Lope de Rueda una música medieval, me pidió que la ayudara y acabé adaptando una de Juan de la Encina. Una cosa con otra, Celia me hizo recorrer el panorama musical. Sin duda, le debo a sus impulso y a sus ánimos parte de lo que de música sé”.



No sólo él, Almería en general le debe mucho a Celia Viñas, afirma Manuel del Águila de nuevo con el gesto de escritor, pero también con el tono del musicólogo o del compositor, marcando los acentos y los tonos: “Almeria le debe a Celia Viñas mucho más de lo que la gente se cree, porque fue enorme, enorme, su labor en medio de aquel ambiente levítico, de rosario de la aurora, de ejercicios espirituales”, dice como en una letanía. Celia era una mujer de izquierdas, hija de un represaliado que perdió su puesto de profesor tras el triunfo de Franco, “pero supo disimularlo, no manifestarlo públicamente, mejor dicho, y trabajar sordamente oír meter desamor a la historia que se proclamaba con triunfalismo y amor a la que se ocultaba, la de los poetas como Machado, o García Lorca, o Hernández. Todo lo hizo con enorme discreción, pero abrió muchas cabezas”. Manuel del Águila tiene recuerdos imborrables de ella, alguno tan material como unas dedicatorias que se antojan elegante y delicadamente apasionas y una bellísima fotografía: “Tenía un sentido muy amplio del arte y era, ya se ve, una excelente fotografía. La composición de esta foto”, y enseña Del Águila una foto suya sosteniendo un balandro, con los brazos cortados, como Hermes, “habla de un sentido plástico muy profundo”. La dedicatoria de la foto es significativa: A Manolillo del Águila, canon de muchas cosas, y el texto en verso fijado por detrás una descarga de sentimientos muy profunda y aún más valiente.



Un día, allá por el principio de los cincuenta, le llegó Celia Viñas con un papel: “Firma aquí, Manuel, que para eso eres el secretario”, le dijo extendiéndole el acta de un concurso literario: “Era el premio, para Agustín Gómez Arcos. La verdad es que era el mejor texto de largo, con lo que no era injusta Celia al… digamos imponer el premio, pero sabia que Agustín iba con las alpargatas rotas y le hacía falta el dinerillo. Era así Celia, una humanista de espíritu humanístico”. Ese y muchos detalles de Celia Viñas influyeron en Manuel, con quien la amistad se fue estrechando: “Cada vez colaborábamos más. Insisto en que me empujó mucho y eso me ayudó a completar mi formación”. Celia, los libros, la naturaleza y Europa en su formación: una temporada en la Argelia francesa, cerca de Orán, “en medio de un ambiente como el de Beau gest que no olvidaré nunca, porque era como el de una película”. Francia con unos tíos, luego a Inglaterra, y Suiza, con un lectorado para enseñar español.



En una ocasión el doctor Francisco Pérez le pidió que le diera clase de inglés a su hijo Paco. Acababa de incorporarse el ingles al bachillerato y Paco quería ir bien preparado: “Yo nunca le habría dicho que no a nada que me planteara un hombre como don Francisco Pérez, que tanto valía y al que tanto molestaron después de la Guerra por sus ideas, por su humanidad y por sus ideas y empecé a dar clase. Fue como un alud de nieve. Al final pasó por aquí media Almería”. El despacho con puerta directa a la escalera, en el que daba las clases está prácticamente tal cual años después de haber dejado ya de darlas: la mesa grande, los métodos, hechos por el mismo seleccionando lo que más le gustaba de cada método que salía a las librerías, colocados cada uno a un lado de las dos lámparas en el centro de la mesa, a un lado los de Inglés y al otro los de Francés: “El canal de La Mancha llamaba a mis alumnos a estas lámparas”. Recuerda bien Manuel del Águila a aquellos chavales, y recuerda bien aquellas clases: “Siempre me gustaron las lenguas, siempre me gustaron el Inglés y el Francés, siempre me gustó el contacto con la gente joven y siempre me gustó…aportar”. Manuel del Águila aportó liberalidad, aportó posibilidades para que se abrieran las mentes, como había hecho Celia: “Yo recibía mucha prensa francesa e inglesa y cuando había algo sobre España siempre lo dejaba encima de las demás revistas o diarios para que fueran viendo. Fue una actividad sorda, clandestina, callada, pero creo que eficaz. Ellos lo leían, y el hecho de leerlo en otra lengua hacía que hasta le hicieran más caso y les gustara más lo que allí se decía, porque se ponían contentos al ver que entendían”.


Sus clases, su música y su poesía. Manuel del Águila ganó el Premio Nacional de Canciones convocados en 1950 por la Universidad de Barcelona con Si vas pa´la mar. Peteneras de la orilla y Por el cielo va la luna. La historia de Si vas pa´la mar le encanta:” Es tan sencilla como lo siguiente. Había un chico en El Alquián al que cada vez que bajaba al playazo alguien le encargaba algo: - Si vas pa´la mar, llévate…-, o: -Si vas pa´a mar, tráete-, y tanto si vas pa´la mar, si vas pa´la mar, que un día el chico lo medio canturreó, y yo, que lo oí, empecé a darle vueltas. El resto era su propia historia de amor con la hija de un facistón que le prohibió a la chiquilla ir con el hijo de un rojo, y hasta los amenazó con una vara de almendro, etc. Así es. Y ésa es la canción, que luego la cantaría Manolo Escobar”. Y además de las canciones, los libros: La canción como forma expresiva, Almería del recuerdo, junto a Fermín Estrella, Seis chiquillos en la orilla, Un cuento de Braylle, poemas, estudios musicales: “Hice el capítulo de Andalucía de la guía Descubra España del Reader´s Digest y ahora les estoy preparando un trabajo sobre el folklore español”. Además, trabaja en una antología poética: “Siempre escribí poesía, siempre”, aunque no quiere contar los elogios de Vicente Aleixandre a un poema suyo publicado en una revista de Sevilla.


Y así transcurre la vida de Manuel del Águila, entre el recuerdo de una Almería que tal vez conozca como nadie, entre libros, entre música, entre los muebles y los objetos de una casa llena de cosas, “pero todas con significado”, y entre la ilusión de alguien que tal vez naciera antes de tiempo, pero ha sabido dominar ese tiempo y que se dispone a seguir haciéndolo: “Estoy lleno de proyectos. La faltan minutos a mis días y sosiego a mi vida, porque siempre hay alguien que viene para…”.



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