La estirpe de Villaespesa

El poeta era hijo del juez municipal de Laujar y nació en la casa que fue de Aben Humeya

El poeta, rodeado de familiares y amigos en el buque que lo repatrió en 1931.
El poeta, rodeado de familiares y amigos en el buque que lo repatrió en 1931. La Voz
Manuel León
00:06 • 14 dic. 2019

Francisco Villaespesa ya no escribe versos encendidos de pasión, ni alumbra su bohemia en el viejo Madrid con la visita a viejas botillerías del brazo de Baroja y Azorín, ni cruza el charco para seguir, como un poseso, las estrofas modernistas de Rubén Darío. El Francisco Villaespesa del siglo XXI es ingeniero forestal y se dedica en Doñana a cuidar el hábitat del lince ibérico. Se llama como su bisabuelo, pero no ha escrito una rima en su vida, como no lo ha hecho ningún miembro la prole del primer escritor almeriense de todos los tiempos.



Ayer, precisamente cumplía años -96- Francisco Villaespesa García, un anciano sagitario, hijo legítimo del vate de Laujar y de María Manuela García Robiou, que aún vive con salud de hierro en un pueblito de la sierra de Madrid. Su voz, por teléfono, suena vigorosa, pero su oído se ha endurecido con el tiempo. “Nunca escribí nada y no creo que a mi edad ya lo haga”.



Su hijo Francisco Villaespesa López de Maturana (nieto del poeta) es el padre del amigo de los linces de Doñana, de María Villaespesa, una estudiante de biología que apenas sabe nada de su bisabuelo laujareño, uno de los poetas españoles más laureados y prolíficos del novecientos.



Enrique Villaespesa, el otro hijo del hijo del vate ya jubilado, tiene a su Elena Villaespesa Cantalapiedra trabajando de analista digital en el Museo Metropolitan de Nueva York, a Miguel, informático en Londres y a Belén, ingeniera aeronáutica en una compañía aérea con base en Palma de Mallorca.



La semilla alpujarreña de este hidalgo apellido de origen turolense, que cuajó en Almería en el siglo XVIII, se extiende también a través de Lolita Villaespesa García, otra de las hijas del poeta ya fallecida, que tuvo a Raquel Rodríguez Villaespesa, una administrativa de empresa que casó con Jorge Vico, un actor de teatro de una saga que hunde sus raíces en el siglo XIX.



El matrimonio ha tenido dos hijos, Lola y Antonio Vico, un afamado actor (tataranieto del poeta) que ha participado en más de 50 obras desde su debut en 1976, en veinte películas de cine y en series de televisión como Anillos de Oro, Historias para no dormir o la actual Aguila Roja.



El poeta Villaespesa (1877-1936) tuvo también otra hija, Elisa Villaespesa, con su primera esposa, Elisa González Columbié, que nació en 1901 y que murió sin descendencia. Otra de las ramas de la familia laujareña, descendiente del médico Villaespesa Quintana, ha sido más prolífica y se ha ido extendiendo también por Madrid, como los Villaespesa Díaz, emparentados con la familia del Molino de los Díaz, por Carboneras los Villaespesa Ibáñez, por Sevilla los Garrido Villaespesa y también por Estados Unidos y Málaga y también un Villaespesa Alonso aún reside en el barrio almeriense de Ciudad Jardín.



Francisco Villaespesa Martín, el fastuoso poeta y dramaturgo, el mejor embajador que tuvo España en América Latina, era hijo de Francisco Villaespesa Arias y de Dolores Martín Toro, una familia laujareña acomodada. Tuvo la desgracia de perder a su madre cuando solo tenía cuatro años.


Su padre se trasladó como juez a Almería y él, aún un infante empieza a componer sonetos y se matricula en el Instituto de Segunda Enseñanza, que estaba en la actual Escuela de Arte. Su padre lo orientó para que estudiara leyes, pero Villaespesa tenía alma libre de poeta, de lírico, de bohemio, capaz beberse la vida a sorbos, no de enclaustrarse en la sala de una facultad.


Escapó a Málaga y a la bohemia madrileña dando rienda suelta a sus sueños literarios.  Allí trabajó como periodista, contactó con los precursores del modernismo en las tertulias literarias y se involucró en la revista Germinal.


El jovenzuelo alpujarreño, el hijo del juez municipal de Laujar, estaba allí en esos años en los que España lloraba por la pérdida de Cuba y Filipinas, codeándose con Baroja, con Azorín, con Valle-Inclán, compartiendo veladores en el Café de Levante o el Lyon d'0r, donde tomaban anisados y oían cantar a la Niña de los Peines.


Se casó con Elisa, una hija de militar hermana de la novia de Manuel Machado, pero muere pronto sumiéndolo en una ingrata tristeza, entre viaje y viaje a sus calles laujareñas, a la casa que le vio nacer que, dicen, fue la misma donde vivió el caudillo Aben Humeya.


Se emparejó de nuevo con María Manuela García, una aristócrata gaditana, casada, con la que no pudo matrimoniar hasta 1933 cuando se aprobó el divorcio en la II República. Fueron años de frenética producción, de viajes a Portugal, Italia, Bélgica y dos veces a Sudamérica donde residió largos periodos.


Allí, en México, Uruguay, Venezuela o Brasil, se convirtió en un poeta legendario. Volvió en 1931 a su tierra, repatriado por el Gobierno de la República tras sufrir una hemiplejia en Río de Janeiro. Recibió un sonoro homenaje en agosto, en su tierra natal, fue vitoreado en el Parque Nicolás Salmerón y el Gobierno le puso una pensión vitalicia. Después su salud se fue agravando hasta que falleció en Madrid en 1936 siendo enterrado en el Panteón de Escritores y Artistas Ilustres, tras legar más de 50 obras poéticas y dramáticas.



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