Un hombre con clase que hablaba de usted

En aquella Escuela de Maestría de los setenta don Ángel era un amigo de sus alumnos a los que amaba

ÁNGEL BRU JORDA - proFESOR

  • La Voz
La última vez que nos vimos fue una tarde de paseo entre el Barea y el Habibi en la puerta de la plaza. Paseando con su mujer y una de sus hijas. Se ponía muy feliz al verme. Me apreciaba mucho don Ángel y siempre me recordó como “un alumno aplicado que veo por la televisión y escucho por la radio”. Así era éste profesor de materias que enseñaba por encima de todo valores humanos y educación. Una infinita libertad Nos conocimos en la Escuela de Maestría Industrial. Entró en la clase y todos nos pusimos de pie. Aquel profesor de los tiempos de Franco nada tenía que ver con las materias del Régimen. Nos hablaba de usted a todos. Nos daba una infinita libertad y se interesaba por nuestras vidas como un padre. El jefe de estudios era don Antonio Sánchez, ‘El Topo’, con todos mis respetos e infinito cariño. En matemáticas don Francisco Ruiz (El Mortadelo), don Arturo en Tecnología y creo que ‘El Lupa’ nos daba lengua y el temido Cascales dibujo. Todos tenían su mote en unos tiempos donde un profesor te ponía firme llegado el momento. Eran motes cariñosos pero no recuerdo ninguno a don Ángel Bru. Solo alguna broma por lo de las lavadoras BRU y pare usted de contar. Me dio varias asignaturas y recuerdo que siempre el día de las notas lo pasaba mal. “No me gusta suspenderle señor Esteban, mire a Escamilla que ha sacado notable y Fernández Camacho (que lo tiene al lado) otro notable”. Así repartía las notas y pasaba la mano en la recuperación. El que le puso Ángel no sabía su gran acierto: lo era, un ángel. Cuando sonaba el timbre y terminaba la clase se venía a mi banca (mesa de trabajo) y me decía: “¿Cómo va a quedar el Almería señor Fernández?”. Y si era lunes tenía que contarle el partido entero. Yo era un abonado sin más, pero le gustaban mis comentarios. Terminada Maestría y superada la reválida nos perdimos del mapa todos pero don Ángel siempre estaba allí, en el Paseo de Almería del brazo de su mujer y la parada era obligatoria para hablar de todo. Le gustaba mucho comentar de fútbol conmigo pero más aún cuando “me pongo a ver la tele y me acuerdo cuando usted era estudiante”. Siempre de usted y siempre padre cuidando de todos y feliz de ver a sus alumnos “integrados en la sociedad con educación y respeto”, como siempre nos decía a todos porque “no vale saber matemáticas si no se es persona y se respeta a los demás”, siempre nos lo recordaba en clase con un infinito cariño. En la vida A los profesores nosotros siempre les vimos como unos privilegiados y “no sabe usted la de horas de trabajo que llevo encima (me contaba un día en la plaza Flores) cuando estaba en Maestría daba clase en un instituto y echaba horas en una empresa. En casa no podía faltar de nada y los tiempos no eran tan buenos como ahora”. “He trabajado mucho pero he sido muy feliz con mis alumnos a los que siempre les tomé cariño”, me decía mientras repasábamos la lista de aquellos tiempos y los dos salíamos felices porque: “todos han terminado colocados y cobrando un buen sueldo”. La jubilación para un trabajador de su nivel le acercó aún más a su familia y a su mujer siempre cogida de su brazo derecho por los siglos de los siglos. Su último deseo Almería era para don Ángel algo especial. La ciudad, sus gentes, sus calles y su Paseo de Almería “imprescindible para mantener las buenas relaciones. Nosotros nos vemos de vez en cuando porque salimos al Paseo”, me comentaba, y no podía faltar su ración de fútbol. Yo, le contaba siempre secretillos de esos que no digo por la radio. Esas cosas que tiene el fútbol y que a don Ángel sabía que le podía confiar. Nunca coincidimos en un Estadio ni cantamos juntos un gol del Almería porque a don Ángel le gustaban mis crónicas de los lunes, esa visión desde la grada de un socio común: como él. El último de sus deseos era ver el Almería-Barça con su hijo Paco. Su corazón quería latir en la grada pero un infarto lo paró para siempre. Don Ángel, usted se merece el Cielo.