“La vida sigue, pero qué difícil es aprender a vivirla sin su presencia”

Manuel Pleguezuelo

Manuel Pleguezuelo Sánchez- Asesor

  • La Voz
El pasado 2 de julio se cerraban para siempre los ojos del azul más limpio de mundo, y nos dejaba una de las mentes más preclaras con las que ha contado Albox, y me atrevo a decir sin equivocarme, el Almanzora. Rodeado del mayor cariño de su gente, con casi 78 años fallecía D. Manuel Pleguezuelo Sánchez, paradigma de una de las generaciones más emprendedoras y sacrificadas de nuestra historia reciente. Sin duda son estas unas de las palabras que con mayor responsabilidad he de hilvanar, pero se me presenta oportuno recoger unas pinceladas de memoria en homenaje a mi padre, en nombre de todos y cada uno a los que ha dado vida y para los que es modelo y referente. Sean estos párrafos un reconocimiento sincero a su figura, y sirvan además de gratitud constante a cuantos nos habéis acompañado durante estos difíciles momentos. La suma de los testimonios agradecidos de cada una de las personas que se nos han acercado estas semanas dan cuenta de la mejor de las semblanzas, la que se conforma del recuerdo de cada consejo, cada desvelo, cada gesto de ayuda, cada mediación generosa y cada fruto de su trabajo y de su vida que se nos habéis descrito. En julio de 1935 nacía en el cuartel de la Guardia Civil de la localidad granadina de Píñar. Sus padres, José y Antonia, procedían de laboriosas familias de agricultores y comerciantes del entorno rural de la comarca de Guadix. Él ingresó en la Benemérita después de volver de Argentina, donde probó suerte como tantos, mientras que ella se entregaba celosa al crecimiento de sus dos hijos. En plena infancia y con una guerra vivida, su padre es destinado en el puesto de Albox y establecen su residencia en este pueblo, que se espabila por entonces como “capital del estraperlo” y bulle en arrieros por esos caminos de tarays y baladres. Con brillante expediente académico, consiguió el título de bachiller en la primera promoción del Instituto Laboral, mientras se afanaba como chico de los recados en el cine Cervantes de los primeros años cincuenta, hasta que empieza a trabajar en la Central Nacional de Sindicatos – CNS como administrativo. Títulos Con treinta y dos años obtuvo el título de Graduado Social, y cinco después el de Gestor Administrativo, compaginando el desempeño de su profesión con la Dirección de la oficina del Banco de Murcia en Albox hasta 1986. Desde entonces se dedica plenamente a la Gestoría que había fundado años antes (actual Asesoría Pleguezuelo S.L.) para ofrecer a empresas, profesionales y particulares de toda la comarca un servicio integral de asesoramiento y gestión en las áreas fiscal, laboral, contable y mercantil. El Ilustre Colegio de Graduados Sociales de Almería le otorgó la Cruz al Mérito del Trabajo en enero 1988, y lo designó colegiado emérito en diciembre de 2010 por sus años de dedicación a la profesión. Asimismo, en 1990 fue nombrado Miembro de la Orden de Caballeros del Monasterio de Yuste (Cáceres). Hombre comprometido con su tiempo y mago de la palabra, sabía descomponer un discurso y expresarlo con la ejemplaridad de pocos. Discreto militante popular, fue teniente de alcalde y concejal del Ayuntamiento de Albox durante los años postreros del franquismo y en la Transición a la democracia; socio fundador del Club de Tenis de Albox; y modesto cofrade del Paso Blanco, que cada Viernes Santo por la tarde presenciaba prudente la salida triunfal de la Virgen de las Angustias. Pero sin duda su mejor empresa la forjó junto a su mujer, Juana, la compañera de su vida, su “mejor amiga del alma”, como balbuceó en sus últimos días. Junto a ella ha dejado su mejor legado y patrimonio: la familia que conformamos sus hijos y nietos, cuya mayor aspiración es seguir el ejemplo de sus lecciones de amor. Con 35 años tenían 6 hijas, y unos cuantos después llegó un varón (el que suscribe): los siete motivos de desvelo y preocupación, de ánimo y de satisfacción de ambos. Fueron infatigables las noches de estudio y autosuperación, siempre con números en la cabeza, para asegurarnos el mejor de los futuros y para asentar esta “escuela de vida”. Persona conciliadora, mediador ecuánime buscado para terciar en conflictos, silencioso lector y devorador de prensa, pasó sus últimos años en eternas sobremesas de dominó en el Círculo Mercantil. La enfermedad y muerte de su segunda hija, Isabel María, inició también su deterioro. Primero diabetes, después un carcinoma en la oreja derecha contra el que ha luchado con una lucidez admirable durante casi siete años, y que le ha valido para mostrar la dignidad del cuerpo débil de un enfermo, la dignidad de un anciano casi repentino, hasta el último de sus alientos. Mirando las eternas tardes de su patio en Mojácar, la espuma blanca del Mediterráneo se asemeja a las ondas blancas de su cabello de abuelo, rumor que siempre nos acompaña, que siempre nos supervisa, silente a veces, torrente a veces, pero que siempre vuelve y nos envuelve. Nos dejaba silencioso, tres días antes de la boda de su nieta mayor. Pero hasta para eso ha sido inteligente, pues como el Saliente es el lugar más próximo al cielo que tenemos los albojenses, le pillaba más cerca para contemplarnos a todos de nuevo juntos celebrando que la vida sigue. Porque la vida sigue, por supuesto. Pero qué difícil se hace aprender a vivirla sin su presencia.