El retratista que vino a la Almería de la Transición

Manuel León

Paco Elvira

  • La Voz
Cuando a Paco Elvira se le ocurrió hacer un reportaje de la cenicienta de España para Interviú, aún estaba todo por hacer en Almería. Era 1977 y todo lo que de punto de inflexión significaba ese iniciático año. Las calles de Madrid bullían, los adoquines de Las Ramblas barcelonesas crepitaban, España entera estaba esperando algo, lo que fuese, tras 40 años de monólogo. Y el trepidante reportero gráfico, acompañado por la pluma del almeriense José María Siles, decidieron quitarse de enmedio de la tramoya e irse a los arrabales patrios, a la periferia de la periferia. Era mediados de mayo, con Suárez, Felipe y Carrillo calentando motores en las primeras elecciones democráticas, hace ahora 35 años, y ellos se montaron en un Mehary de alquiler en Barcelona y, entre baches y curvas, no pararon hasta llegar a la tierra de las tres cosechas. Paco Elvira, que falleció ayer en un accidente en la Costa del Garraf (Barcelona) con 64 años, aún no se había convertido en un fotógrafo esencial desde los tiempos de Tierno Galván y las reconversiones industriales. Lo primero que hizo el reportero al llegar a Almería, junto a Siles, fue irse al rincón más alejado de la provincia, la pedanía velezana de Topares, a dormir en cama blanca y comer caldo caliente. Allí, en el granero de Almería como le llamaban los morisco, Elvira ya no pudo dejar de disparar su Leyca. Almería vivía (¿vive aún?) sumida en el abandono, “parecía más bien el Rif”, recordaba el malogrado reportero para LA VOZ hace ahora un año desde su casa de Madrid. Paseó el fotógrafo por las calles de Topares, entre el balido de rebaños de corderos y los campos de cereales como horizonte. Entraba en las casas familiares y veía a las mujeres haciendo punto, a los hombres cepillando a las bestias y a los niños con churretes pidiendo peladilla. De todo eso dejó testimonio Elvira en el reportaje periodístico publicado días después. Venían de fajarse en manifestaciones laborales en urbes tardofranquistas. Y en Almería encontró un remanso de paz, una estepa árida donde parecía que los nuevos tiempos aún no iban con ella.