Carta de despedida

Francisco Luis Galdeano Romero

  • La Voz
¡Cuán caprichoso que es el destino, mi querido Paco! Tú que tanta vitalidad y fuerza manabas, te vencieron el pulso a la vida, así que este pequeño pasaje que voy hacer sobre ti, va dedicado a las alegrías y a la bonhomía de tu persona. Alegría era sentarse en una buena mesa, no importaba la clase de los comensales, ya que tu sencillez estaba por encima de todo eso. Alegría era hablar de las victorias de tu equipo y las derrotas de su adversario. Alegría era la planificación meticulosa de tus viajes. Alegría escuchar tus logros ,a veces casi imposibles... Y otras tantas que me dejo en el tintero. Los que te conocían por primera vez echaban un metro hacia atrás, porque tu físico y semblante, a veces cortante y seco, les imponía la distancia cautelar. Hasta bromeaban con tu seriedad, imponiendo el tricornio en tu cabeza, pero el tiempo les quitaba la razón, todos los que te conocieron sabían de tu cercanía y extraordinaria sencillez. Amigo de tus amigos, profesional con un punto que muchos decíamos neurótico, pero sabemos muy bien que ese punto era el grado de responsabilidad tan exacerbado que te caracterizaba, para el desempeño de tus labores. Tu voz era la mas potente en la oficina, eras a veces ese barranco a voces al que nuestros tímpanos se fueron acostumbrando. Interpretabas el papel de duro, pero no nos engañabas. Sabes muy bien que para los que tuvimos el placer de conocerte, tu sensibilidad era comparable a tu grandeza, y de eso sabe tu familia y esa multitud de personas que tanto te aprecia. Una nevada, un lugar perdido, un plato típico, una vieja construcción, la recreación de lo antiguo, tantas cosas que hablabas y dabas forma de una manera tan singular, ¡cómo me engordabas con tus experiencias! Hicimos rutas por altas cumbres, y si en nuestro empeño hubiese estado tocar el cielo con nuestras manos, nada lo habría impedido. Tu tesón como ejército espartano terminaba imponiendo su fuerza. “El imposible para otros”, esa palabra no radicaba en ti. Me hubiese gustado poner lírica en mis palabras, haber adornado cada palabra, cada sílaba, con un matiz que hubiese traspasado esa distancia que medía entre tu cielo y nuestra tierra, darte el abrazo que siempre quise darte durante tu lucha. Pero esta estúpida enfermedad y nuestros miedos a los malos augurios nos impidió dar ese abrazo. Después de pasados unos días, mi querido Paco, la gente me dice que esto ha cambiado mucho. A veces asiento con mi cabeza, y otras omito respuestas. Esto no ha cambiado, cambia para los ciegos, para los que no quieren ver, porque la esencia, el cariño, el amor, el espíritu, está aquí, y muy omnipresente. Bello ejemplo de entrega, de fuerza, de coraje y entereza, nos dejaste a todos, quisiera despedirme con alguna de las citas literarias que por buen hábito tenías a bien regalarnos. Pero hoy seré yo quien te premie con este abrazo y estas palabras: “Dime por favor donde no estás en qué lugar puedo no ser tu ausencia dónde puedo vivir sin recordarte, y dónde recordar, sin que me duela.”