El cura que cantaba serenatas en el Malecón

Manuel León

José Miguel Fuentes

  • La Voz
Fue un cura atípico. Amigo del lado amable de la vida, del disfrute en la calle, más allá del azote desde el púlpito. Nació José Miguel Fuentes Figuera en Granada en 1940. “Yo llegué con la paz”, solía decir. Su padre, Francisco Fuentes, farmacéutico y abogado era hijo de Simón Fuentes Caparrós, ‘el rey del Esparto’, y su madre, Marta Figuera estaba considera como una de las mujeres más hermosas del Levante almeriense, dotados ambos con una increible fortuna que fue menguando conforme pasaban las décadas. José Miguel Fuentes, se crió en Garrucha, sobre todo en los veranos. Presumía de ser garruchero. Junto a sus hermanos Simón y Juan, allá por los últimos 50 y primero sesenta, formó un pequeño grupo musical que solía tocar serenatas a la luz de la luna del Malecón. En ese territorio de su adolescencia fue feliz, José Miguel, bañándose frente al Pósito de Pescadores, viendo cómo languidecía el negocio del esparto de sus antepasados. Marchó a vivir con su familia a Madrid y a Pino Real, en Pulpí, pero siempre volvía a su Garrucha, a su casa de la playa a contar olas, a respirar salitre, a ver las películas que daban en la Terraza Tenis. A los 18 años ingresó en el Seminario. Fue una decisión rotunda. Su decisión. Pidió plaza en el Seminario de Madrid. Pero estaba don José García Sánchez, que era cura en Garrucha, que le convenció para que se quedara en Almería. Y así lo hizo. Su primera parroquia fue Tíjola. Por esas tierras del Almanzora anduvo cinco años con sotana y alzacuellos, hasta que llegaron los claretianos y los relevaron. Se vino más cerca de su tierra y debutó en 1978 en la Parroquia de Mojácar y Turre, siempre de aquí para allá con el coche, con la ventanilla abierta y en la pletina sonando Los Panchos. Dio clase de Religión en el Instituto de Vera, con don Bernardo y Diego Alonso. Cientos de bachilleres estuvieron bajo su tutela, a pesar de las fugas al bar del Susto. Compartí con él innumerables viajes en su coche de Vera a Garrucha o viceversa y me quitó mucho frío haciendo autoestop. Finalizó sus días en la Casa Sacerdotal junto a la Catedral. Allí se le podía ver sentado en el poyete de la Plaza, lastimado, con sus gafas y su tabaco negro. Pero ya no era él.