Querido Tito Paco

Antonio Fernández

Francisco Compán Hanza

  • La Voz
Era mi tío Paco una de esas personas que nunca descabalgan del todo al niño que todos llevamos dentro. Se podría decir que era un niño viejo, de hecho, porque hasta que la muerte se lo ha llevado mantuvo intactas algunas de esas ilusiones cotidianas que dan vida y esperanza a los menores, desde el gusto por el requiebro a los coches, desde la caza hasta la mecánica entendida por destripar todo aquello que sea desmontable. Reconozco que su muerte me sobrecoge porque, estando enfermo incluso, se antoja como muy pronta. Muchas de las personas que he conocido murieron porque la vida se les escapaba de las manos y porque habían perdido la ilusión por resistirse; por suerte la mayoría lo hicieron con una edad avanzada. En el caso de mi tío Paco tuve la impresión de que era pronto, aún sabiendo que ya sumaba más de 94 años, quizá porque esa vitalidad que lo ha mantenido activo tanto tiempo no le había abandonado, o al menos no del todo. Paco Compán fue un ser humano vital, un derrochador de energía que era capaz de echarse al monte a cazar antes de que se hiciera de día y anochecer acechando la pieza deseada, todo ello a pesar de una cojera procedente de una herida de guerra a los 18 años de edad que le hacía moverse con dificultad. El monte le transformaba y doy fe de que con ochenta años costaba mucho seguirle el ritmo cuando cazaba al volateo e iba surcando cerros y valles para levantar sus piezas. Siempre fue un hombre de profundos afectos con los de su sangre y con todos aquellos a los que la vida puso en su camino. Cordial, sociable y compañero de los compañeros, pasó por la vida dando cariño y recibiéndolo, en justa compensación. Trabajando y disfrutando de sus aficiones y de su familia. Cultivando sus viejas tierras e incluso lanzándose a la aventura de probar con la nueva agricultura, la de invernadero, con la compañía de su hermano Basilio, que le acompañaba en sus múltiples andanzas por los campos, los montes y las carreteras, que formaban también parte de su catálogo casi inagotable de inquietudes y de escenarios de debates sin fin. Extremadamente religioso trasmitió su fé en Dios a los suyos. Ameno contando sus vivencias, recitaba cualquier artículo del Código Civil, tuvo una memoria envidiable, leía sin gafas, trasmitía sus ganas de seguir viviendo ilusionándose por todo. Ahora el tío Paco se ha ido y probablemente ya esté calculando si el trazado que lleva al cielo es el más adecuado o no. E incordiando a San Pedro si cree que ese camino iría mejor por otra parte aunque, eso sí, con infinita amabilidad. Aquí deja una familia triste por su marcha, una escopeta engrasada, un coche que condujo hasta pasados los noventa años y una cantidad tal de amor en tanta gente que será muy difícil encontrar algún sitio en el que guardarlo, así que tendremos que utilizarlo en seguir queriéndole desde la distancia, no tan grande, que nos separa del cielo.