A Nacho, mi compañero, mi amigo

Miguel Arranz

Nacho

  • Miguel Arranz

¿Te acuerdas, Nacho, de cuando entré por primera vez en la redacción, con pinta de veraneante madrileño, con mis viñetas en la mano? Era en agosto del 96, a punto de comenzar la feria y con esos Mac echando humo y tu estabas diseñando las páginas con la facilidad que solo tienen los grandes profesionales. Fuiste mi primer contacto y creo que también mi primer amigo en esta Almería, con ese sentido del humor tan inteligente que tenías, que llamabas isla. Ponías las cosas muy fáciles y eso se agradece, Nacho, pues yo era como un náufrago que necesitaba pisar tierra firme en un lugar que iba a ser también el que vería crecer a mis hijos. Nos unía un hilo invisible pues éramos del mismo signo, del mismo año y también ibas a ser padre como yo. Pero me llevabas ventaja, pues ya tenías una niña y venía otra de camino a completar tu felicidad. 


Tu puesto era el corazón del periódico, siempre con esas urgencias de Pedro o de esos especiales monumentales que creaba Jacinto casi como pequeñas obras maestras y, también, era el mentidero, donde al igual que las páginas, pasaban todas las noticias de los compañeros. Cuando nació Carmen, aprendí eso que se dice de desear una horica corta a las futuras madres y también aprendí que a los padres se nos pone un brillo especial en los ojos que no se nos quitará nunca. Luego el destino profesional nos volvía a unir en Indalia, te acuerdas? Ese portal web que comenzó como un cohete pero, ay, se adelantó unos años y tal como subió, bajó. Te tocaba ser valiente para crecer y creer en tu calidad, esa  de la que a veces dudabas pero de la que tus amigos nunca dudamos y te convencíamos para que abrieras los ojos y vieras realmente lo que valías. Nacho, no se si te dije que esa facilidad para el pensamiento espacial y esa sensibilidad eran rasgos de altas capacidades pero seguro que te habrías reído con tu sonrisa socarrona y me habrías dicho, Miguelico, no te enrolles. 


El tiempo nos fue llevando por distintos caminos pero el que unía nuestra amistad siempre estaba libre y despejado y, aunque pasaran los años, sabíamos que podíamos confiar para poder ayudar, si se terciaba, a lo que más queríamos. Ay, Nacho, amigo, buena gente, qué suerte haberse cruzado en tu camino y qué suerte haber sido un padre tan enamorado de sus hijas, a las que adorabas, y que panzá de llorar, como decías tu cuando fuiste padre, nos has hecho dar a todos los que te queremos.