In memoriam a Carmina Leal Espinar

Carmina Leal Espinar

  • La Voz
Alguien dijo una vez que la verdadera patria de un hombre es su niñez. Y es bien cierto. Es allí donde por vez primera nos asomamos con ojos infantiles e inocentes al mundo que nos rodea y el preciso instante en el cual nuestra atención se centra de inmediato en una figura principal e indispensable: la de nuestra MADRE. Por ese natural y milagroso vínculo que establece el embarazo, nuestra unión con ella será indisoluble y perdurará eternamente. Debido a este motivo, al llegar el último adiós, éste se convierte en un trance muy doloroso, triste y amargo, dificilísimo de encajar. Tocó, por desgracia, nuestro turno y lo mínimo que podíamos hacer era rendirle un sencillo y humilde homenaje con este pequeño texto, porque el verdadero, el auténtico, no cabría ni en un libro de mil páginas. Nacida en la Guerra Civil (que perdimos todos los españoles), acuñaste el valor y el saber estar propios de la gente de aquella generación, hecha a poner al mal tiempo buena cara y a aceptar la terna que os hubiera tocado en suerte sin rechistar. Al “toro” de tu pronta viudedad lo recibiste al capote en la puerta de toriles con una larga cambiada, seguida de una serie de verónicas culminadas con una revolera que habría firmado orgulloso el mismísimo “Juli”; mas no pudiste evitar que te dejase una desgarradora cornada en lo más hondo de tu alma en forma de soledad interior, lo que te causó una hemorragia emocional que jamás terminó de sangrar ni de curarse, a pesar del torniquete que te hiciste con el corbatín de tu coraje. Entre lance y lance, nos sacaste adelante con todos los privilegios, cuidabas de la abuela María, trabajabas en Telefónica, conducías y te ocupabas de las labores del hogar…Toda una mujer del siglo XXI en plenos años setenta. Frente al “astado” de tu jubilación anticipada por enfermedad, nuestra entrada en la adolescencia, la despedida de tus más cercanos,… diste una lección magistral por afarolados llenos de elegancia y ceñidas chicuelinas a pies juntos, acabando con una media para cambiar de tercio. Ya con la muleta del día a día, a ritmo de estatuarios firmes y serenos, largos y profundos derechazos y un remate con desdén, participabas en las actividades de tus queridas Amas de Casa, mostrabas inquietud por nuestro futuro, estabas ahí si alguien te necesitaba y continuabas solventando las circunstancias que acontecían en tu devenir cotidiano. Ante las bodas de los nuestros, el nacimiento de nuevos familiares (a algunos de los cuales también ayudaste a criar), nuestra estabilidad profesional,…- grandes alegrías que mitigaron en cierta medida esa pena que siempre te acompañó-, te luciste con manoletinas plenas de arte y torería, redondos muy bien acompasados cargados de templanza y pases de pecho de categoría, dignos de José Tomás. Todavía lidiabas con entereza, sola, sin subalternos, fiel a tu carácter independiente, y la sensación del deber cumplido te aportó algo de tranquilidad y sosiego. Sin embargo, seguías vigilante y pendiente de los tuyos pues una madre no deja de serlo nunca. Y cuando el “Miura” de la vida te hizo caer de nuevo sobre el albero, tuviste el arrojo de levantarte una vez más y llevártelo a los medios, citándolo desde lejos, para torearlo al natural, con la mano baja, sin moverte del sitio, para terminar con un desplante entre sus pitones, dándole la espalda mirando al tendido. Pero el Sr. Tiempo, dueño de todo y de todos, fue minando poco a poco tu salud, limitando tus acciones, aumentando tu fatiga,…aunque hasta el final no pudo apagar esa luz que brillaba dentro de ti. Fue entonces el momento en el que admitiste al único miembro de tu cuadrilla, Mari Ángeles, que en estos últimos años anduvo atenta al quite. Sales a hombros por la Puerta Grande del coso de la existencia, con una faena de doble vuelta al ruedo y con todos los trofeos habidos y por haber (entre ellos, tus tres nietos de mirada franca y enorme bondad, el recuerdo imborrable que queda en nuestra memoria y el cariño de todas tus amistades). Te fuiste un día de Sol radiante que iluminaba tu camino hacia un precioso Cielo, muy limpio y azul, que esperaba para acogerte entre sus cálidos brazos, donde te mereces estar. Que lo que en vida te desapareció demasiado pronto (tu hermano Paco, papá, el tío Juan, la tita Conchi, el tío Pepe, tu amiga Maribel,…) te sea devuelto con creces e intereses y que allí el tite Diego, “El Pallano”, te reciba por fandangos de Paco Toronjo. Estamos seguros de que ocuparás un lugar preferente en el Olimpo de las Madres, junto a otras que, como tú, con vuestro amor, entrega y quehacer diarios disteis forma a lo más importante y esencial para cualquier ser humano: la FAMILIA. Descansa en paz. Mientras aquí, nos vamos quedando solos. Muy solos. Demasiado.