Muere el pintor que daba vida a lo inerte

Redacción

Juan Ruiz Miralles- pintor

  • La Voz
El mundo de la cultura almeriense perdió ayer a uno de sus más insignes representantes en el campo de las Bellas Artes. El pintor Juan Ruiz Miralles, nacido en 1930 en la capital almeriense, falleció de madrugada al no poder superar el infarto que sufrió el domingo por la mañana. Tenía 84 años y deja, además de una familia que lo adoraba y un nutrido grupo de amigos, un importante legado artístico, fruto de un permanente afán de evolución que le llevó a transitar por diferentes técnicas. Murales y frescos Ruiz Miralles se inició pronto en su vocación. Marchó a Sevilla a hacer la mili como voluntario para poder matricularse en la Escuela de Bellas Artes, pero le denegaron la beca por desafecto al régimen. Eso no impidió que a la temprana edad de 16 años le hicieran un encargo que marcó su futuro: decorar la capilla del Sagrario de la Catedral de Almería. Fue solo el arranque de una brillante y prolífica trayectoria que le llevó a realizar los frescos de 22 templos de toda la provincia de Almería, entre ellos de las iglesias de San Sebastián, San Pedro o Regiones, por citar algunas. Su arte siempre ha estado ahí, a la vista de muchos, como a él le gustaba, ya que no concebía la creación sino para ponerla al alcance de cuantas más personas mejor. Así, son muchos los edificios de Almería en los que dejó su huella pictórica, plasmada en sus murales: portales, vestíbulos de hoteles, oficinas bancarias, sedes institucionales. A ello contribuyó, y mucho, su faceta empresarial, como propietario de una empresa relacionada con actividades auxiliares de la construcción, entre ellas la ornamentación y la pintura. También en este campo triunfó Ruiz Miralles, quien llegó a tener cerca de cien trabajadores en nómina y formó parte del entonces reducido número de empresarios que fundó la Asociación Asempal. Polifacético No fue, con todo, su única dedicación a lo largo de su polifacética vida. Hombre con grandes inquietudes culturales, pero también sociales, manifestó su compromiso con la mejora y evolución de la ciudad de Almería y de sus habitantes involucrándose en la gestión municipal. Fue durante ocho años concejal del Ayuntamiento de la capital, durante los cuales se responsabilizó de varias áreas con distintos alcaldes (Francisco Gómez Angulo, José Pérez Ugena y Rafael Monterreal). Su vertiente solidaria y humanitaria fue reconocida con la imposición del Escudo de Oro de la ciudad de Almería, que le fue concedido por salvar a varias personas de morir ahogadas durante las riadas de la década de los 70. Pero, además, Juan Ruiz Miralles también era deportista, y de los buenos. Fue en dos ocasiones campeón de España de pesca submarina, cuando esta especialidad era aún poco conocida y practicada. A lo largo de su vida ha estado vinculado a entidades como el Club de Mar o el Real Automóvil Club. Nuevos materiales Durante décadas, el Ruiz Miralles artista había instalado su taller-estudio en su cortijo de Enix, donde pasaba larguísimas temporadas en estrecho contacto con la naturaleza que tanto amaba. Allí investigó y desarrolló el uso de un nuevo material con fines artísticos: las palas de chumbera secas. De sus manos y pinceles han salido creaciones asombrosas que han tenido como origen este material. Los últimos tiempos le han permitido a Ruiz Miralles ser testigo de la huella que deja en el arte. Dos exposiciones (El dictado de la naturaleza y La expresión de la tierra), el año pasado y este último mes de febrero, mostraron su evolución desde una técnica tradicional como el óleo a una tan actual y, en cierto modo, ‘revolucionaria’ como la de su etapa más reciente. También es protagonista de un documental, La cañada de Andrea, rodado en su cortijo de Enix, sobre su proceso creativo. Casado con Dolores Rodríguez, padre de Juan, Loli y Nuchi, abuelo de Marisol, Eva, María Dolores, Nono, Diego Juan y Laura y bisabuelo de Juancho, Marina y Máximo, Ruiz Miralles deja en todos ellos, en el resto de su extensa familia y en sus muchos amigos un profundo vacío, el mismo que siente la cultura almeriense.