Fue en el sexto de la tarde cuando acabó de eclosionar la corrida de la maestría y el tirón de las figuras. Pero, sobre todo, del concurso imprescindible de la casta con la firma de Zalduendo. La savia nueva de Roca Rey pudo equilibrar la balanza ante el severo peso específico de los nombres de Ponce y Juli. Sobre todo, Ponce.
A la salida, la luna llena, el olor a nardos y un runrún de tarde antigua como en un poema de Lorca.
Aunque es verdad que el joven diestro no acertó a ver con el capote al que cerraba plaza, lo cierto es que se arrodilló para iniciar la faena en toda una declaración de principios. Hizo en tal posición un toreo de recorrido, al son del toro. Sin mantazos ni pases por alto. Se ve que no había quedado satisfecho del creativo quite por gaoneras y faroles... El toro, excelente, se acopló a la muleta de Roca Rey y los tendidos reverdecieron de entusiasmo. De ilusión. Tendidos casi llenos como merece esta Feria.
Los muletazos sentidos del diestro peruano despertaban sentimientos y el toro dejaba un rastro de bravura en las bambas de la muleta. Tandas a compás con el contrapunto del pase cambiado, que ponía los corazones y la Plaza boca a abajo.
En su primero, Roca Rey también cautivó. Qué emoción con el primer pase cambiado de Roca Rey. La viveza del toro avivó este lance tan comprometido e hizo augurar una faena de altura.
El tercero de la tarde se entregaba con raza y el joven diestro quiso sacar partido olvidando que a estos toros que salen con un punto de raza hay que desengañarlos. Algunas tandas se quedaron por debajo de las posibilidades del animal. Pero, las figuras como Roca Rey brillan con luz propia y esa es una ley que, al menos en los toros, se cumple a rajatabla. Le faltó algo de mando, pero le sobró torería.
Ponce
El primero de la tarde perdió las manos al salir del caballo, después de que Ponce lo recibiera con su acostumbrada maestría.
Malos presagios para una corrida de la que se esperaba tanto. Pero Ponce es especialista en rehabilitar toros, más por cumplir con el público -su público- que por salvar la cara al ganadero. A la segunda tanda ya todo era euforia y delirio poncista. El toro por dentro, el toro por fuera; el toro a media altura, el toro barbeando el albero. Pero siempre, el toro embistiendo y Ponce midiendo las suertes como si tuviese una varita mágica en cada muñeca.
Empujado por los tendidos, se empleó largo y variado, cargado de entusiasmo hasta que llegaron sus doblones genuflexos.
A su segundo lo recibió también rodilla en tierra, como queriendo conectar estéticamente las dos faenas. Esas son las cosas que se le ocurren a los maestros, a los artistas. El toro, en su estampa, evocaba tardes de antaño y Ponce quiso estar en consonancia con su enemigo, que luego le plantearía dificultades en la faena. Por la derecha, se defendía cabeceando y Ponce optó por el toreo al natural. Pases de uno en uno y sin forzar la situación. Sin cruzarse ni una sola vez.
Volvió a la derecha y se jugó la taleguilla porque el animal tenía el toque de raza que hace grande el toreo. Ponce siguió porfiando como si aún le fuesen necesarios los triunfos para asentarse en el escalafón. Por eso sigue viniendo a esta Plaza y a otras muchas.
Juli
Julián López quiso citar en largo a su primer toro, que tomaba la muleta algo rebrincado y protestando a mitad de la suerte. Complicado, pero no exento de interés, planteó una interesante pugna a su lidiador que debió resolverse en la técnica y el oficio, antes que en la inspiración.
Querer es poder y Juli quiso y pudo igualando la raza del toro citando en largo, como el animal pedía. Con el quinto, Juli plantó las zapatillas y le dio una serie de pases por alto que le sirvieron para encarrilar su segundo trasteo.
El toro no acababa de entregarse en los derechazos y Juli porfió con mando y tino a partes iguales. Con todo, tuvo que recurrir a un toreo más efectista e insistir en los naturales por esa condición de profesionalidad que adorna siempre a este torero y que sería de agradecer en otros compañeros de escalafón. Sin comentarios.
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